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Para muchos de nosotros, no hay muñecos que inspiren mayor ternura que los osos de peluche. La imagen de un chiquito durmiendo con uno de ellos conmueve a cualquiera. Suelen llevar nombres, y algunos, después de muchos años siguen conservándolos como recuerdo de su historia afectiva.

En Nueva York están por todos lados. Se los llama teddy bears y guardan una historia que no todos conocen.

Hace muchos años, más  precisamente en 1902, el entonces presidente Theodore Roosvelt decidió viajar a resolver un problema de fronteras entre Luisiana y Mississippi. El gobernador de este último estado decidió agasajar al presidente con el fin de ganarse su confianza para un futuro apoyo en su carrera por la reelección a la gobernación. No fue difícil encontrar una actividad que pudieran compartir ya que la cacería era uno de los hobbies que Roosevelt más disfrutaba. Así fue que se organizó una expedición en busca de algún oso. Junto al presidente y al gobernador salieron un guía llamado Collier, varios jinetes, periodistas y cincuenta perros.

El primer día no tuvieron suerte ya que no pudieron avistar ni a un sólo oso. Encontrar alguno para contentar a Roosevelt dejó sin dormir toda la noche al guía que debía congraciarse a su vez con el gobernador que se mostraba muy nervioso. Para este último, en su desesperada carrera hacia la reelección de la gobernación, era inaceptable que Roosvelt se quedara sin el animal.

Al día siguiente, el gobernador de Missisipi y su comitiva salieron junto al presidente esperanzados en tener más suerte. El grupo que cabalgaba más adelante junto al guía finalmente dio con uno. Las crónicas de la época no son claras en cuanto a si el oso era viejo o joven, pero en lo que no dudan es en que cuando el oso se vio acorralado, reaccionó  con gran valentía. En la pelea, mató a varios perros. En condiciones normales de caza, el oso, a esa altura, ya habría muerto de varios disparos. Pero el guía que estaba empeñado en esperar la llegada de Roosvelt para que pudiera ser el único protagonista, no dudó en pegarle un fuertísimo golpe en la cabeza  para que quedara sin fuerzas.

Cuando así consiguió doblegarlo, lo ató a un árbol y esperó a que Roosvelt estuviese cerca para así liberarlo. A llegar el presidente y ver la escena, se encontró con un oso débil y herido que sólo le inspiró protección. Este hecho se hizo conocido al punto de que el caricaturista del diario más importante documentó la imagen. La compasión del presidente hacia aquel oso fortaleció su imagen política.

Al conocer esta historia, de la que hablaba todo el país, una pareja dueña de un negocio de dulces decidió confeccionar un oso al que ubicaron en la vidriera junto a una copia de la caricatura. Fue tal el éxito de aquel nuevo juguete y tantos pedidos recibieron, que le pidieron permiso a Roosevelt en llamarlo Teddy’s bear, en referencia a su sobrenombre derivado de Theodore. Las ventas de aquellos osos crecieron tanto que el matrimonio con el tiempo fundo una empresa de juguetes.

Por su parte, Roosevelt utilizó  el dibujo del oso como emblema de su partido cuando se presentó y ganó las nuevas elecciones del año 1904.

Muchos años y presidentes han pasado desde aquel día de cacería, pero los teddy bears, u osos de peluche, siguen siendo los muñecos más importantes ya no sólo de Estados Unidos sino del mundo entero.

Y esta es otra de las historias que conocí caminando por Nueva York.

Vicky,
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