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El mundo entero puede ya decir que Teresa de Calcuta es santa. El Papa Francisco la canonizó confirmando años de amor a Dios y al prójimo. Recorremos juntos su historia.

Texto: Lucila Jordán

Si hubo alguien que supo entender el verdadero mensaje de Jesús, sin duda, fue la Madre Teresa de Calcuta, mujer que encarnó cada virtud con gran humildad y con un amor inconmensurable. Amor por cada persona que conoció y, principalmente, por los más pobres y por los enfermos. Vivió para derramar ternura entre los que más sufren y lo hizo siempre en nombre de Cristo, llevando su mensaje de amor, paz y caridad. En estos días, el Papa Francisco la canonizó en Roma y la Iglesia entera celebró.

Ejemplo de sencillez, servidora de los pobres, dueña de una tierna sonrisa. Agnes Gonxha Bojaxhiu nació el 26 de agosto de 1910 en Skopje, Albania (hoy, Macedonia). Tomó su primera Comunión a los cinco años de edad. Más tarde, cuando tenía ocho, sufrió la muerte de su padre. A los dieciocho ingresó en la Congregación las Hermanas de Loreto, en Irlanda, donde recibió el nombre de María Teresa, en honor a Santa Teresa de Lisieux. Al poco tiempo se mudó Calcuta, a enseñar en una escuela para niñas, lugar donde descubrió el llamado de Jesús a fundar la Congregación de las Misioneras de la Caridad, dedicadas al servicio de los más pobres entre los pobres. En 1965 estableció en Venezuela la primera casa de las misioneras.

Recibió el Premio Nóbel de la Paz en 1979 “para gloria de Dios y en nombre de los pobres”. A los ochenta y siete años murió en Calcuta, el 5 de septiembre de 1997. Y en 2013, el Papa Juan Pablo II, quien había sido su gran amigo, la beatificó.

Sus cartas privadas, reveladas en el libro Ven, sé mi luz, nos muestran que durante muchos años atravesó una profunda oscuridad y tristeza interior. Sin embargo, eligió confiar, buscando unirse más a Jesús a través de la oración y del trabajo, el servicio a los demás y el amor que ponía en cada pequeño acto cotidiano. Como había aprendido de la Santa de Liseux, “la santidad es hacer las cosas ordinarias, de manera extraordinaria y con la mayor caridad”. Legado espiritual que hizo propio y que invitaba a todos a seguir.

“De sangre soy albanesa, de ciudadanía, india; en lo referente a la fe, soy una monja católica. Por mi vocación pertenezco al mundo. En lo que se refiere a mi corazón, pertenezco al corazón de Jesús”, dijo. Y toda su vida fue, sin dudas, muestra fiel de coherencia y fe, porque reflejaba con hechos aquel amor a Jesús que habitaba en su corazón. Brindándose siempre con alegría, aun en las situaciones más adversas, viendo sufrir y sufriendo al lado de aquellos que le habían sido encomendados, la Madre Teresa jamás perdía su alegría, aunque interiormente llorara de dolor.

Esta santa, que aprendió a ver el rostro de Jesús en el de sus pobres y enfermos, nos regala el mensaje de amor más perfecto y digno de imitar. Ojalá su ejemplo nos inspire en estos tiempos en que tanto necesitamos de luz y esperanza.

“Que esta incansable trabajadora de la misericordia nos ayude a comprender cada vez más que nuestro único criterio de acción es el amor gratuito, libre de toda ideología y de todo vínculo, y derramado sobre todos sin distinción de lengua, cultura, raza o religión”, dijo el Papa Francisco durante la canonización.

 

 

 

 

 

 

 

 

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