Un día fresco y nublado de primavera, en una  quinta en las afueras de Buenos Aires, la invitación fue a disfrutar de un taller con la reconocida paisajista y jardinera Clara Billoch.

Texto: Julieta García Pena – Fotos: Catalina Britos

No hace falta un terreno de siete mil quinientos metros cuadrados como los que tiene la quinta Villa Elvira para regocijarse con la satisfacción de acercarse a las plantas y poner las manos en la tierra. Basta con un balcón con macetas o un pequeño jardín, para sentir lo que generan las plantas alrededor de una casa.

Recorrer esta quinta de árboles añosos ubicada en tierras que pertenecieron al General Pacheco con Clara Billoch de guía es un lujo para el que se inspiró en alguno de sus tres libros: Un año en el jardín, Huerta y cocina y, el más reciente, Frutales y cocina.

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El día arrancó con un café de bienvenida en la galería, escoltada por un tilo frondoso de un verde claro intenso, y siguió con una recorrida por el jardín. Descubrir que las salvias conocidas en el mercado como Purple Magic, en realidad se llaman salvia amistad y son un híbrido creado hace diez años en el país fue una de las perlas de la caminata. Los consejos que dio para lograr un cantero de rosas Iceberg nutrido y prolijo sin que requiera mucho mantenimiento -gracias a una cubierta de chips de corteza que evitan que los yuyos vuelvan a crecer una vez que se los sacó y que mantienen la humedad del suelo- siguen una de las máximas de Clara que dice que “la jardinería es 50% diseño y 50% mantenimiento”. También remarcó que en el jardín importa lo que es importante para la familia que vive ahí. Un juego de palabras que puso foco en las costumbres reflejadas por distintos espacios: el de la cancha de fútbol, el del ténder de la ropa, el de las bicicletas, el de las mascotas, el de la huerta.

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Mientras señalaba una palmera imponente ubicada al costado del camino de acceso a la quinta, destacó que muchas veces la tentación de rellenar espacios lleva a tapar lo que justamente se quiere destacar, o a tomar decisiones que no tienen en cuenta el contexto. Por ejemplo, en el caso de la palmera que tenía su base libre de plantas, la tentación podría haber sido armar un cantero tropical, que en realidad nada tiene que ver con la arquitectura del edificio ni con el entorno de un jardín de las afueras de Buenos Aires. “El ojo siempre busca orden. Este jardín tiene mucha información en el plano superior, por eso buscamos que a nivel del piso la información sea pareja”, explicó.

La jornada continuó en una de las salas de la quinta, con una presentación de Clara con muchas fotos de su jardín, con canteros que despertaron varios suspiros. “Hoy, el paisajismo moderno toma muchas ideas de la pradera. Es un escenario que parece totalmente natural, pero que alguien lo pensó. Es la naturaleza intervenida por el hombre, buscando que no se note”, señaló. Y volvió una y otra vez sobre la importancia de tener en cuenta la caja, o sea el contexto que forman una casa, un puente, un cerco, o una pérgola, y lo efímero, como pueden ser los canteros con flores de estación. “Uno se puede equivocar en el cantero y cambiar las flores. Se va a dar cuenta en un año. Pero si se equivoca en el cerco lo va a saber dentro de cinco años”.

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La charla estuvo llena de consejos y pautas, pero hubo también tiempo para acordarse de disfrutar del ocio y observar lo hecho. Para eso, a Clara el mes que más le gusta es noviembre. Es el mes de las fotos en su jardín. “Entonces pienso qué quiero para el jardín el año que viene, y planeo cómo voy a hacerlo, porque el trabajo no termina nunca”. La pasión por lo que hace se cuela en la energía que hay en sus palabras. “Los jardineros no trabajamos para hoy. Lo hacemos para dentro de tres meses, tres años y treinta años, para que lo que hacemos lo disfruten nuestros nietos”, dijo sonriendo una vez más.