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Bosco Gutiérrez Cortina es un arquitecto mexicano, padre de nueve hijos, que cuando tenía treinta y tres años fue secuestrado. Durante casi nueve meses, no escuchó ni una voz ni vio una cara, pero en ese cuarto de 3×1 se sintió más libre que nunca. Tuvimos la increíble oportunidad de entrevistarlo vía Instagram, él desde México, nosotros desde Argentina, y el resultado es sensacional. Transcribimos sus palabras.

Hace 4 mayos estuvo en la Argentina y escuchamos su testimonio en Eidico. Hoy, en medio de una pandemia mundial que nos tiene recluidos en nuestras casas, volvemos a acudir a su experiencia, que también se encuentra relatada en el libro “257 días. Historia de un secuestro”, escrito por José Pedro Manglano y editado por Ediciones Logos

“No tenemos la posibilidad de alargar la vida pero sí de ensancharla” así empieza su libro y así comenzamos esta entrevista. ¿Cómo decidió pasar a la acción en un espacio de 3×1, aferrarse a la oración, elegir ser dueño de esta experiencia y, sobre todo, cómo logró tener paciencia? Sabía que afuera había un equipo que lo estaba esperando, y no quería defraudarlos.

Lo secuestraron en mayo 1990. Bosco era un arquitecto de 33 años, estaba casado y, en ese momento tenía siete hijos y una familia feliz y muy tranquila. Su padre era un importante empresario, pero él se define como un “arquitecto común y corriente”. Un miércoles cualquiera, saliendo de misa de ocho de la mañana, lo agarran, lo meten en el baúl de un auto y viaja durante seis horas a un destino incierto que más tarde comprobaría que se trataba de Puebla, una ciudad no muy lejana al DF. 

Secuestro e interrogatorio bisagra

Allí lo encerraron en un cuarto de 3×1, le quitaron toda la ropa y pasó a depender del cuidado de cinco secuestradores encapuchados con guantes rojos. “En los nueve meses nunca escuché una voz, ni vi una cara”. El trauma de pasar de una vida feliz y cómoda a estar encerrado y desposeído de todo fue duro, muy duro. En el cuarto no había luz, y el ambiente estaba contaminado de una música fuerte que se repetía sin parar, con el fin de volverlo loco o, por lo menos, trastocar su sentido auditivo.

Al cabo de unos días, los secuestradores lo obligaron a contestar una serie de preguntas muy íntimas sobre Gaby, su mujer, y sobre sus hijos, y ese episodio se convirtió en uno de los más dolorosos de todo el encierro. Luego de mucha presión a base de golpes, no le quedó más remedio que revelar rutinas, quehaceres y movimientos de toda su familia. Inmediatamente, se sintió un verdadero traidor hasta el punto de entrar en una depresión tan fuerte que prefirió morirse a enterarse del destino de su familia después de sus revelaciones. Dejó de luchar, se tiró al suelo y durante dieciséis días no se levantó. “Faltaba poco para que me muriera, y por eso intentaron reanimarme ofreciéndome una bebida y pedí un whisky.”

Esta técnica para demoralizar al rehén es típica de los secuestros y es llamada Síndrome de Prisionero de Guerra. Así lograron derrumbar sus valores, su humanidad y consiguieron una manipulación más eficaz.

Whisky Flush

Bosco aceptó la oferta sólo si le traían su trago en un vaso de vidrio. Ante el temor de que le sirvieran su whisky en el vaso de plástico que flotaba en el balde inmundo del que tomaba agua todos los días, les advirtió que si la bebida no estaba en un vaso de vidrio, entonces era mejor que ni se la ofrecieran, que no la quería. Le trajeron un vaso alto jaibolero con un sólo hielo, como había pedido. El hecho de pensar que se podía emborrachar y así apaciguar un poco su realidad lo animaba. Repondría fuerzas, cambiaría el gusto de su boca, se relajaría. Empezó a desear muchísimo esa bebida, y cuando llegó, se fundió en un gran culto al whisky antes de probarlo.

“Antes de darle el primer sorbo, empecé a olerlo, a disfrutarlo entre mis manos. De pronto oí una voz en mi conciencia que me decía ´ofréceme el whisky´. Y ahí le dije ´Dios mío ¿cómo te voy a ofrecer esto? Estoy secuestrado, necesito esta bebida´. Yo escuchaba perfecto en mi conciencia que esa voz me decía ´eso no depende de ti, ofréceme el whisky´. ´Te ofrezco no ver a mi familia, estar encerrado´, insistí, pero enseguida la voz me contestaba ´eso tampoco depende de ti´”. Así relata Bosco el tironeo entre su inteligencia y su voluntad al escuchar cómo Dios le pedía el sacrificio que cambiaría su vida.

Finalmente encontró una alternativa a la decisión. Se giró de espaldas a la cámara para no ser visto por los secuestradores, y sin tomar ni siquiera un sorbo tiró el contenido del vaso por el inodoro. “Al principio me sentí muy tonto por lo que acababa de hacer, pero un rato después entendí que había hecho algo bueno, que había sido capaz de tomar mis propias decisiones aún estando encerrado. Aquel día anote en mi papel: Whisky Flush, hoy vencí mi primera batalla porque me doy cuenta que sigo siendo libre”.

Ese fue el punto de inflexión en su historia. Encarnó, de alguna manera, lo que Viktor Frankl dice en su libro “El hombre en busca de sentido”: no podemos cambiar las circunstancias que nos rodean, pero sí podemos cambiar la actitud ante esas circunstancias. Y ahí radica la holgura y el ensanchamiento para poder actuar. “No podemos cambiar el curso de la pandemia del coronavirus, pero sí podemos cambiar la actitud ante mis días. Y eso mismo es lo que descubrí estando secuestrado y por eso el mensaje es bastante actual. Un encierro se ha convertido en una anécdota muy valiosa en mi vida, en la que me encontré a mi mismo”.

Una autocarta que renovó sus fuerzas

Bosco sabía que en ese secuestro no estaba solo. Y para que realmente ese pensamiento se convirtiera en una realidad hizo un ejercicio sensacional. Se autoescribió una carta suponiendo que el secuestrado era su hermano y era él el que estaba libre. Allí volcó lo que le diría en esa situación: “Tu no estas secuestrado, la familia entera está secuestrada. Este no es un problema personal, sino familiar, y lo resolveremos en equipo. Por lo tanto no te queremos bien a tu regreso, te queremos perfecto de cuerpo y de alma. Si no llegas perfecto traicionas al equipo”. 

Estaba tan sensible a la palabra “traición” después del cuestionario, que entendió a la perfección que alinearse a los intereses de su familia era cumplir sus deseos de cuidarse, y así se sintió parte del equipo. “Ahora con la pandemia pasa lo mismo. De mis nueve hijos, siete ya no viven conmigo y cuando alguno se deprime, yo les recuerdo el secuestro: saber que los demás están bien, hace que uno esté bien. Ese entramado de cariño que existe en una familia, en esos momentos del secuestro, pero también ahora, se pone de pie y te hace ser solidario con los que te rodean”.

Un equipo cuidado por todos

Podemos trasladar perfectamente esos conceptos a nuestra rutina diaria con nuestros equipos de trabajo. Muchos seguimos trabajando desde casa pero no dejamos de ser parte de un equipo y nuestro aporte influye a un entramado mayor. “Esa conciencia social se empieza a despertar en momentos como este. A mi me entusiasma que en un mundo tan indiferente como en el que vivimos, nos estamos despertando para servir a los demás, para ser más solidarios”. 

“Para mi tu secuestro es un patrimonio familiar sin el cual no sabría cómo vivir”, fueron las palabras de su hija Josefa en una carta por el aniversario número 25 del secuestro. Se trata de una de sus hijas que aún no había nacido cuando todo esto ocurrió, y que sin embargo, pudo entender que este suceso fue una enorme oportunidad de crecimiento personal para su padre. “Creo que algo parecido puede pasar en esta pandemia para muchos de nosotros”, nos contaba Bosco.

Receta contra el desánimo

Durante los 257 días que duró el secuestro, los sube y baja en las emociones de Bosco eran constantes. Los plazos que se iban alargando y la liberación que se convertía en un objetivo lejano e inalcanzable terminaban de tumbar su energía para desmoronarlo por completo. 

Pero tenía claro que para no caer en una nueva depresión, necesitaba recordar frecuentemente sus objetivos, y para eso quiso conquistar el tiempo, ponerse horarios y ordenar su día. ¿Cómo estructurar su reloj? Tenía derecho a tres comidas diarias, pero él mismo era quien decidía si desayunaba, almorzaba o cenaba, sin ninguna noción del tiempo. 

Finalmente, la música que tanto lo agobiaba funcionaría como su reloj de ahora en más. La pausa entre un cassette y el otro sería su unidad de tiempo. Con el objetivo de estar despierto durante dieciséis horas y dormido durante ocho, la meta fue llenar su día de actividad permanente para garantizar una rutina durante el día que genere el cansancio necesario para dormir durante la noche. 

Enfocarse en un objetivo

En la vida es fundamental tener un objetivo claro. Sabemos que muchas veces la inteligencia justifica a la voluntad, se transforma en una trampa en la que si la voluntad no está enfocada ni la inteligencia disciplinada, podemos desviarnos del camino fácilmente. En ese momento, el objetivo estaba clarísimo: salir lo mejor posible del secuestro. Y esa misión decantó en un método: salud mental, salud física, haz algo (“aprovecha el tiempo que es oro aún en estas circunstancias”). 

“Fue muy importante para mi repetirme la frase ´ahora comienzo´, y la escribí en la pared para recordarla”. Traer al presente constantemente sus objetivos, hizo que Bosco fuera perseverante y tenaz. Y esto mismo nos anima a hacer a nosotros también durante este aislamiento, aunque se prolonguen los plazos, es importante recomenzar cada día.

Agenda completa

El primer apartado, salud mental, tenía como propósito liberarse de la angustia. Y sabía que cuantas más cosas aceptara de las que no pudiera cambiar, menos angustia tendría. Recuerda las palabras de un amigo de su padre que decía que la inteligencia era la rapidez de adaptarse a las circunstancias. Y eso es lo que se propone. Aceptar su secuestro, cuidar el lugar donde se encuentra, hacerlo propio. No luchar contra las circunstancias, sino hacerlas amigas. La pandemia es un gran ejemplo para hacer un alto en nuestra vida, meditar nuestro camino, y poner en práctica una rutina que nos permita aprovechar el tiempo. 

Su segundo foco se centraba en la salud física. Y entrenaba, como buen maratonista, aún en ese pequeño lugar donde se encontraba. Corría durante tres cassettes, aproximadamente una hora y media, y luego hacía otra hora y media de ejercicios como abdominales, lagartijas, etc. A las 12 del mediodía se unía mentalmente a la misa más cercana, y era increíble la fuerza que sacaba de acá. Mientras más actividades hacía, menos tiempo dedicaba a pensar en los problemas que no podía resolver y que lo angustiaban. 

En su tercer objetivo que era “Haz algo”, disponía un rato del día a una actividad que le divertía muchísimo y que se llamaba “Escápate”. “Voy a jugar con la fantasía del escape aunque no lo logre, para cuando regrese poder decir ´lo intenté´”. Cada vez se sentía más tranquilo, con menos angustia y con más fuerza física y espiritualmente. 

Comunicación con su familia e inyección anímica

Bosco tiene una familia inmensa. Habían contratado una agencia especializada en secuestros para entablar negociaciones con los captores. Gaby, su mujer, dejó en manos de su suegro y de sus cuñados las idas y vueltas con los secuestradores. Con catorce hermanos, quedaba muchísima familia afuera que quería ayudar y no sabía cómo. El asesor se dió cuenta y convino en que una manera de darles trabajo a todos, empezando por Gaby, era que hicieran un intento de mandarle a Bosco inyecciones de ánimo, “moral booster” como los llamó, a través de mensajes cifrados.

Después de haber asesorado en más de 450 secuestros, el mismo asesor, reconocía que nunca había podido establecer contacto con un secuestrado, pero igualmente los animó a intentarlo. Sabían por las pruebas de vida que les estaban dando de Bosco que leía la revista Newsweek, de publicación semanal. Y se encaminaron a publicar una serie de anuncios con el objetivo que él y sólo él los pudiera identificar, y que sirvieran como inyección de ánimo en estos momentos. 

Así fue que tomaron una foto de una de sus últimas obras que había sido su casa, y que por ese entonces había ganado el Premio Nacional de Arquitectura. En el anuncio vincularon también una de sus últimas conferencias que había dado en Los Ángeles y que se llamaba “La riqueza del espacio interior”. Parafraseando esa charla, se dirigen a Bosco así: “Considerando las difíciles circunstancias de tu proyecto, y la poca comunicación, te garantizamos todo nuestro esfuerzo para una salida exitosa. The Glorieta Group.” El término “Glorieta” era familiarmente clave, y Bosco lo identificó enseguida. Se llena de lágrimas de emoción al leer, pero sabe que es muy importante que los secuestradores no relacionen la revista con su estado de ánimo, y por eso aparta el anuncio para que la cámara no lo viera. 

“Mi peor mortificación en esos nueves meses de cautiverio fue aguantar dos días sin abrir la revista para evitar cualquier sospecha. Debía cuidar mi canal de comunicación y así, además, fortalecía mi voluntad. Recibí 29 mensajes en 29 semanas”. 

Respuesta a tantos mensajes

Pidió a los secuestradores si podía escribir algún mensaje en la foto polaroid que le enviaban periódicamente a su familia. Y dentro de ese espacio bien chiquito pudo dejar en claro a su familia que estaba recibiendo los mensajes semanales en la revista. Escribió: “Papi, reina, estoy muy bien en la riqueza de mi espacio interior. Ustedes son mi proyecto más importante, pero estoy muy preocupado por Gaby”. 

En el siguiente mensaje en la Newsweek, llegó un logotipo que hacía referencia al emprendimiento de maquillaje profesional en el que trabajaba Gaby. El texto decía: Modem, maquillaje profesional, arreglo personal. Soy mujer, formadora de personas, conservadora y transmisora de los verdaderos valores. Una mujer que es firme como la roca, fuerte como el acero, serena como el atardecer, confiada como un niño y bonita como una flor es capaz de mantenerse en pie y hacer felices a los que la rodean. Te espero segura de poder ayudarte. Glorieta Group.

Bosco llora de nuevo, y transcribe este mensaje en una hoja para poder verlo cuantas veces quiera, sin levantar sospecha, y además para adoptar esa filosofía. Afirma que el 50% de su supervivencia fue gracias a estas inyecciones de moral.

Ejercicio de memoria

Dentro de su grilla de actividades, dedicaba media hora por día a pensar en algo ajeno al secuestro para ejercitar la memoria y traer al presente recuerdos, historias, filosofía. Se propuso llenar un calendario de los últimos diez años con cosas que hayan sucedido en cada mes. Allí se dio cuenta que muchos meses de su vida los tenía perdidos en la memoria, en blanco, sin significado para recordar. ¿Cómo hago para que un día sea inolvidable?, se pregunta Bosco, aún hoy libre. “Tenemos ansias de aprovechar el tiempo también en el aislamiento, y este es un ejercicio clave”. 

Planteo supremo

Una de las claves de haber podido ensanchar su fe estando encerrado fue que Bosco se la cuestionó desde raíz. ¿Creer o no creer en Dios? En base a su respuesta se alinearía todo su plan y debía ser coherente con lo que decidiese.

“Fue determinante para mi replantearme mi fe y la actitud que yo tenía frente a la vida, frente a la muerte, ante todo. Estaba en una situación en la que la muerte estaba muy cerca, entonces tiré a la basura lo que había recibido, para retomar la fe de una forma personal y consciente de ser mi propia decisión. ¿Crees o no crees en Dios? Creo en Dios, y en un Dios omnipotente”. Esa fue su respuesta.

De allí sacó su primer mandamiento: aceptar la voluntad de Dios como venga, Él sabe más y quiere lo mejor para sus hijos. Y este convencimiento le dio la seguridad de que una persona abandonada en manos de Dios es invencible. En ese momento perdió el miedo gracias a la fe que pudo sembrar. “Hoy extraño el nivel de intimidad que alcancé con Dios durante ese tiempo y la estabilidad emocional que logré”. 

“Estoy convencido que el hombre del siglo XXI tiene que entender que la gasolina de nuestro auto es la fe. Independientemente de la religión que se profese, si somos profundos en nuestra fe conseguiremos mucha más estabilidad de vida”. 

La mejor Navidad de su vida

“Un día le conté a mi madre que había soñado que estaba en el infierno y que un tipo me insultaba y me decía que estaba allí por haber hecho mucho daño en su vida, pero también porque yo no había hecho apostolado con él. Enseguida mi madre me dijo que había entendido por completo mi responsabilidad como cristiano”. 

Un cristiano, le decía su mamá, es una moneda de dos caras: de un lado se llama santidad personal y del otro lado se llama apostolado. Con esto en la cabeza, Bosco se lanza a la misión de hacer apostolado con sus secuestradores. Se propuso hacer un mes de oración por ellos, un mes de mortificación y al tercer mes entró en acción. Era diciembre y en Navidad los invitó a rezar. “Hoy es Navidad, no hay secuestrado ni secuestradores, todos somos hijos de Dios, y a las ocho vamos a rezar”. Sorpresivamente, se presentaron los cinco captores para rezar con él. 

“Fue increíble porque cada uno se acercó y con lágrimas en los ojos me dio la mano de una manera totalmente respetuosa. Los rompí interiormente. Fue uno de los momentos más felices de mi vida”. A partir de ahí, los secuestradores se humanizaron, le llevaron regalos y lo vistieron, y fue ahí cuando TKT, el raptor con el que tenía más diálogo le preguntó a través de un papel: “Arquitecto, ¿de dónde saca usted tanta fuerza?”. 

Liberación providencial

Asustado ante la posibilidad de que un día los secuestradores se fueran y lo dejaran morir en ese cuarto desamparado, Bosco sabía que necesitaba un plan para escapar. Para eso, había fabricado una herramienta para poder abrir la puerta sólo en caso de que lo abandonaran. Todo se desencadenó luego de que se haya frustrado la cobranza del rescate en Brasil, a la cual sus hermanos no pudieron acudir. En ese momento Bosco, muy ofuscado, escribió una carta para el jefe de la organización pidiendo calma y tratando de ordenar las cosas para que el pago se concretase. Cuando TKT, uno de los secuestradores, fue a mandar el fax con la carta, Bosco escuchó que se abría la ducha y supuso que se estaba bañando quien sustituiría a TKT. “Me sentí sólo e intenté abrir, pero con el único fin de probar mi herramienta, no para escaparme. Resulta que abrí la ventana, traté de volver a cerrarla pero ya no podía. Estaba obligado a salir porque sabía perfecto que si me descubrían era hombre muerto”.

No tuvo más remedio que escapar. Pasó por enfrente de un guardián dormido y otro de espaldas, hasta que finalmente llegó a la calle y empezó a correr. Un milagro por donde se lo mire. Después de tres intentos fallidos para que alguien lo ayudase, se subió a un taxi y le ofreció al taxista una medalla como forma de pago. De camino a DF, el auto se rompe y se vieron obligados a frenar en la banquina. Bosco ve colgado en el espejo un rosario, y le ofrece al taxista rezarlo juntos. En ese momento el auto arrancó y más tarde Fidel, el taxista de quien se hizo muy amigo, le confesaría que había fingido ese percance porque le daba miedo llevar a un hombre con aquel aspecto. El rosario definitivamente había cambiado su opinión.

Cartas a sus hijos

Como una última voluntad en caso de que lo mataran, Bosco le había dicho a TKT que por favor enviara unas cartas por correo que había escrito para sus hijos. Por suerte, a las dos horas de haberse escapado pudo volver con la policía y recuperar los escritos de todo su cautiverio. Esas cartas se las fue dando a sus hijos a medida que fueron cumpliendo dieciocho años. 

Mensaje para el mundo

No dejemos pasar esta oportunidad para crecer espiritualmente. “Hoy Dios nos paró el mundo para que aprovechemos a profundizar en nuestra vida interior. Es un espacio de reflexión importantísimo en nuestras vidas, una magnífica oportunidad para vivir con más intensidad. Anoten sus propósitos”. 

¿Querés revivir la entrevista entera?

Las fotos son de @rochilanu y corresponden a su visita en Buenos Aires en el 2016.

Algunos de los muchos mensajes que recibimos después de la entrevista:


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