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El nacimiento implica el tránsito del bebé desde un hogar íntimo hacia uno externo. En ambos, la relación con su madre y su familia constituirá el espacio vital fundante de la persona.

Texto y Fotos: María Catarineu – Fotos: Mercedes Sojo

La mamá y el bebé comienzan a conocerse desde el seno materno, desde el primer espacio de vida. Junto con su aroma y con su calor, la voz de la mamá será la primera que reconozca al nacer. Desde el nacimiento comienza la construcción del nido externo, en un camino de crecimiento y acompañamiento familiar que irá transitando diferentes etapas. Y es desde el seno del hogar donde el bebé experimenta la confianza básica, desde donde podrá luego, a lo largo de su vida, construir nuevos vínculos y crear nuevos nidos.

El interno
El primer espacio de vida. Desde el silencio, desde la oscuridad, amanece la luminosidad del ser. Desde allí late la intimidad de un ritmo constante, sostenido por el compás del corazón materno. El líquido que lo acuna, que lo contiene, envuelve todo el pequeño cuerpo del bebé. Sus mejillas, su panza, sus piernas, todos sus pliegues y repliegues. Nada queda suspendido en el aire.

En el seno materno transcurre un tiempo donde “dos” empiezan a conocerse, a sentirse, en una secuencia única, diferente a todas las demás. La primera voz que escucha el bebé, es la de su mamá. En ese juego intrauterino se rozan, se encuentran. La mamá percibe sus cosquillas, sus volteretas. ¿Quién está ahí? ¡Qué fuerza! Cerrando sus ojos lo imagina ¡Te parecés un poco a papá! juntos se nutren, juntos se agrandan, juntos se miman. Al cierre de la jornada, recuesta su cuerpo de costado sobre la cama y lo “siente saltar”. Cada vez se hace más presente. Con una canción de cuna que resuena suavemente en su panza, lo arrulla.

Este primer seno, esta primera matriz de gestación, se construye en la ilusión y la espera. La mamá se ensimisma con su bebé. Va dejando de lado otros intereses y actividades y se retrae poquito a poco del mundo exterior: come más, duerme más, se muestra emocionalmente más sensible requiriendo mayores cuidados de quienes la rodean.

Pasadas las lunas, los espacios vitales se abultan y en secreto presienten el alumbramiento. Cada miembro de la familia se moviliza, cada rincón de la casa se ilumina. El bebé se alojará en un nuevo espacio, en un nuevo nido, en el seno del hogar.

El externo
Con el nacimiento advienen nuevos ritmos y discontinuidades: del líquido al aire, del cordón a la succión, del calor al frío, de la oscuridad a la luz, de la fusión a la progresiva separación.

¿Y quién es acaso la reguladora en esta multiplicidad de cambios? La mamá, que con su envoltura arropa a su bebé devolviéndole así su integridad. En esta proximidad se aminora la separación física reciente producida por el nacimiento. El bebé necesita de esta envoltura maternal como experiencia de fusión, de unión con su mamá, para anidar en su nuevo regazo. gesto tras gesto. Acto sobre acto. La función materna se despliega. La mamá decodifica las necesidades de su bebé y él comienza a experimentar la confianza. Pone en palabras lo que le pasa. Pero por sobre todas las cosas, lo sostiene con su mirada.

Es la mamá la “gran presentadora”. Le presenta al papá, a sus hermanos, a los pequeños objetos próximos que rodean su gran mundo: chupete, babero, sonajero. Por eso el llanto al poco tiempo, comienza a diferenciarse, comienza a modificarse según el tipo de objeto que reclama para su satisfacción: chupete, comida, sueño.

En ese nuevo espacio se encuentran. Entre ambos surge como lo que decía Winnicott: “el campo de juego que los une”. Allí dan comienzo los juegos “cara a cara”. Es en ese espacio de juego, en “el placer de estar juntos”, donde comienza la construcción de un vínculo, que lo sostendrá en experiencias posteriores. Vinculo de seguridad a partir del cual se abrirá el despliegue de los primeros aprendizajes.

El seno del hogar es un entretejido artesanal, donde cada hebra se expande en el cobijo de lo cotidiano. Allí nace el asombro ante lo desconocido, ya que cada nuevo hijo inaugura una nueva mamá. Allí se construye ese bebé y se renuevan todas las miradas. ¿Y quién contiene al que contiene? ¿Quién es el que colabora en esa fusión entre la mamá y su bebé? El papá, que es inicialmente el facilitador de esa primera envoltura, es el sostén de la mamá. Y más adelante comenzará a cumplir un rol de socializador.

Así como el seno materno se constituye en una secuencia temporal, la construcción del nido externo también ocurre en un recorrido que tiene su inicio en el regazo materno, en la envoltura, en la mirada. Un camino de crecimiento y acompañamiento familiar que irá transitando diferentes etapas: del cuarto de los padres al propio cuarto, del espacio del regazo al espacio del suelo. Los bordes del nido se expanden. Se van cubriendo de huellas propias. En ese juego de presentaciones, y representaciones, el bebé se organiza, se integra. La voz de mamá acompaña sus movimientos, le va mostrando su pequeño mundo. Es el seno del hogar desde donde experimenta la confianza básica, desde donde podrá luego, a lo largo de su vida, construir nuevos vínculos y crear nuevos nidos.

Más información:
Lic. María Catarineu – Baby Rayuela
Centro Médico Lirios del Talar, Bancalari
(011) 155 178 8250
rayuelatiempodejuego@gmail.com
Mercedes Sojo – Fotógrafa
155 932 2013
www.littlememories.com.ar
FB Little Memories by Mechi Sojo

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