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El Papa, al que ahora lo sentimos un poquito más nuestro por haber nacido en estas tierras, frenó su agenda y se tomó un avión de Roma a Cracovia para estar diez días en exclusiva compañía de jóvenes de todo el mundo. ¿Cómo fue ese encuentro? ¿Cómo es una Jornada Mundial de la Juventud? Revivamos lo que pasó y sumerjámonos de nuevo en este clima de alegría y oración.

Texto: María Ducós

A muchos se nos puso la piel de gallina cuando Francisco anunció en 2013 en Río de Janeiro que Cracovia sería la próxima anfitriona de esta gran fiesta de los jóvenes. Que sea en Polonia no era casualidad. Inevitablemente nos trae a Juan Pablo II a la memoria. El Papa fundador de las jornadas y forjador de este vínculo amoroso con los jóvenes, fue uno de los ejes de reflexión del primer día de encuentro. Luego de 25 años, ese gran diálogo que la Iglesia comenzó sigue abierto, fresco y con ganas de contagiar vitalidad a todos los jóvenes del mundo.

Las calles desbordaban de alegría en la calurosa capital polaca. El día que el Papa aterrizó, las campanas de todas las iglesias de Cracovia comenzaron a sonar en señal de recibimiento y bienvenida. La piel de gallina en estos eventos es continua. La multitud, las banderas, el clásico de la JMJ “Jesus Christ, you are my life”, pero sobretodo la Eucaristía. Todo impacta tan fuertemente que anima a confesar a viva voz que creemos en un Dios que nos ama y dio su vida por nosotros. Con esta llama encendida, al volver a sus países, los peregrinos buscarán contagiar este entusiasmo y esta pasión al resto de los jóvenes.

La novedad del Evangelio, siempre tan actual, hizo mecha en los miles de jóvenes que se reunieron en el Parque Blonia para participar de la misa inaugural. Una vez más, como cada tres años, muchas almas sedientas de palabras de aliento, fueron testigo de cómo el corazón se llena de felicidad al escuchar los consejos y recomendaciones del gran Pastor. “Levántense y siéntanse vivos” fueron las palabras del Papa mientras los peregrinos y voluntarios saltaban de la emoción de sus asientos. ¡Qué ilusión experimentar la universalidad de nuestra fe! Una fe que, siendo única, es a la vez global, absoluta, ecuménica.

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Todos los caminos conducen a Cracovia
Fátima Caride, estudiante de Teología, horneó más de quinientas docenas de chipá durante 88 días para poder costearse el viaje a Polonia. El esfuerzo valió la pena. Cracovia no dejó de asombrarla con la amabilidad de todos sus habitantes. “Te ofrecen agua para el mate, te preguntan cómo la estás pasando o te indican cómo llegar a tal o cual lugar, son muy atentos y acogedores”, nos contó. Este pueblo humilde y sufrido pero de una grandísima nobleza les abrió las puertas de su ciudad y de su corazón a todos los peregrinos. El idioma ya no fue una barrera porque la hospitalidad no admite fronteras.

El clima de constante entusiasmo sobrevoló por todos lados. En un mismo tranvía se escuchaban canciones en muchos idiomas, acompañadas con banderas de cientos de países, todos con un mismo fervor: el amor por Jesucristo. “Es muy alentador ver acá a los sacerdotes, a las religiosas, y a los padres y madres de las próximas generaciones tan comprometidos, es gente que realmente vive su fe. Acá se comprueba que la Iglesia es milenaria y joven a la vez” relató Fátima por audio desde la capital polaca.

También Belén y Trinidad Doucet llegaron a Cracovia gracias a la venta de alfajores de dulce de leche, tortas y demás delicatessen. “Lo que más me impactó fue la universalidad de la iglesia y cómo esta experiencia convoca a tantas personas” dijo Trinidad, de 17 años y alumna del colegio Buen Ayre.

El quinto día de la jornada, el Papa estuvo en Auschwitz y recorrió a pie el campo de exterminio nazi donde fueron asesinados un millón y medio de seres humanos. El silencio desgarrador dio paso a una oración larga y personal para luego saludar a once sobrevivientes con gestos de consuelo. Por último, se trasladó hacia el Monumento a las Víctimas de las Naciones donde hay 23 lápidas conmemorativas en diversas lenguas. Absorto de dolor, Francisco prendió una vela y saludó a 25 “justos de las naciones”, personas que con valentía salvaron de la muerte y el horror a familias enteras escondiéndolas en sus casas. “Señor perdón por tanta crueldad” imploró.

“En los oídos de quienes atravesaron Europa, camino a Cracovia, resonarán las palabras de Juan Pablo II que sorprendieron al mundo y que continúan siendo actuales: ¡No tengan miedo!”. Este es el mensaje que nos llevamos de todo lo que Francisco nos trasmitió. Tenemos su aval y su bendición para conquistar el mundo desde el ejemplo. Nosotros, jóvenes, avancemos.

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