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Sólo si descubrimos nuestras propias dependencias y sus causas interiores podemos comprender realmente, prevenir y acompañar las que padecen los demás.

Texto: Francisco Bastitta

El problema de las adicciones es tan sensible y complejo que muchas veces preferimos evitarlo por completo. Sin embargo, cuando toca nuestra puerta sin la suficiente preparación o información, padres, jóvenes y educadores deambulamos entre la incredulidad, el miedo y la impotencia.

Pero quizás convenga acercarnos al problema empezando por nosotros mismos. Propongo un rápido experimento. De las cosas que hago en mi vida, ¿no hay alguna que, en ciertas situaciones, aunque ya no quiera, no puedo dejar de hacer o de buscar? No sólo pensemos en las dependencias más comunes: al cigarrillo, al alcohol, al trabajo, a las dietas, a Internet o a tantas otras cosas. También podemos ser adictos a maneras de hablar, a formas de reaccionar frente a ciertas situaciones o personas, a los roles que asumimos en ámbito familiar, laboral o social, aunque no lo queramos.

Y es que la adicción, más que una falta de comunicación, tiene que ver en primer lugar con una dependencia y una cierta esclavitud. El addictus en la Roma clásica era la persona que había sido adjudicada a otro por deudas, que había sido hecha esclava. Y en este sentido todos somos adictos, en cuanto que hay espacios de nuestra vida donde no gozamos de libertad, donde nos vemos obligados a actuar de una manera, donde reaccionamos de modo compulsivo. Es por eso que muchos de los juicios que levantamos contra los adictos pueden esconder en el fondo condenas contra nosotros mismos, contra nuestras propias debilidades y carencias.

Uno de los consejos de Gabor Maté, un médico húngaro-canadiense que acompaña a adictos en recuperación hace más de cuarenta años, es que, en lugar de juzgar a los adictos o demonizar las drogas, intentemos comprender la causa real de la adicción, qué es lo que lleva a las personas a esclavizarse.

En la búsqueda
La verdad es muy dura y bastante esperable. Lo que buscamos con nuestras adicciones es aliviar el dolor, reducir el estrés, llenar un vacío, pero más profundamente, lo que intentamos es compensar alguna necesidad vital que no hemos podido satisfacer. Cada adicción se corresponde, según Maté, con algunas de las necesidades humanas que quedaron insatisfechas o ignoradas en nuestra vida: amor, estímulo, confianza, ternura, libertad, respeto, valoración, etc. Estas carencias afectan al desarrollo de los circuitos cerebrales asociados a estas necesidades, como los de la dopamina y las endorfinas. Y luego las adicciones y las distintas drogas intentan subsanar o estimular de distintas maneras estos circuitos y las sensaciones y estados que ellos mismos producen naturalmente: bienestar, calma, motivación, excitación o placer, entre otros. Además del carácter artificial de estas compensaciones, el gran problema es que, a lo largo del tiempo, los comportamientos adictivos pueden producir un grave daño físico o psicológico, y muchas veces son muy difíciles de abandonar.

Sin embargo, es importante entender que, por más que sean nocivas para el organismo, la causa principal de la adicción no pueden ser las drogas, como tampoco es la comida la causa de la adicción a la comida ni el alcohol del alcoholismo. Tenemos que buscar la causa en el interior de cada uno. En otras palabras, nuestra adicción nos habla de lo que nuestro corazón anda buscando. Si escuchamos el mensaje que ella esconde, podemos empezar a dejar de lado los juicios y condenas sobre nosotros mismos y sobre los comportamientos de los demás, por más extremos que parezcan. Podemos tomar mayor conciencia de las fracturas sociales, familiares y personales que están detrás de cada adicción. Podemos buscar y ofrecer a otros una ayuda, una prevención y una contención más adecuadas. Esto sin duda nos permitiría empezar a caminar, a la par de nuestros jóvenes, por el camino hacia la libertad.

Para pensar:
El ansia dolorosa en los corazones de los adictos refleja algo del vacío que también puede ser experimentado por las personas con vidas aparentemente más felices. (…) No son criaturas de un mundo diferente; sólo son hombres y mujeres situados en el punto extremo de una progresión en la que, aquí o allá, todos nosotros bien podríamos ubicarnos. Yo mismo puedo dar fe de ello. “Tú te escabulles por tu vida con una mirada hambrienta”, me dijo una vez alguien muy cercano. Al enfrentar las compulsiones dañinas de mis pacientes, he tenido que salir al encuentro de las mías. – Gabor Maté, médico especialista en investigación y tratamiento de adicciones, In the Realm of Hungry Ghosts: Close Encounters with Addiction

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