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Las abultadas agendas de los niños – Las actividades curriculares y extracurriculares que potencian la formación del niño deben estar acompañadas por el respeto de los ritmos y los tiempos de la niñez.

Texto: María Catarineu –  Fotos: Rosario Lanusse

La mochila floreada se desliza lentamente desde su hombro hasta tocar el suelo. La niña se sienta y se prepara para tomar el té. Extiende su mano y toma de la mesa una hoja con un cuadro impreso. Mientras saborea una galletita, la arrima a su cara, la observa con atención y comienza a leer en voz alta: “Colegio, natación, hockey, piano…”.Hace una pausa, asoma su rostro por sobre la hoja y pregunta “¿Qué son todas estas cosas que están escritas en los cuadrados?”. Su mamá se acerca y le contesta: “Son las actividades que vas a poder hacer durante este año”. La niña vuelve su mirada al papel, lo extiende con ambas manos y examina cuidadosamente con su dedo índice todos los espacios del cuadro. Lo levanta, lo mueve hacia los costados despertando así la curiosidad de su mamá: “¿Qué estás buscando?”. Su hija, con una sonrisa placentera, da vuelta la hoja y le contesta: “¡Acá está! ¡Lo encontré! ¡En esta parte blanca de atrás, voy a tener mi tiempo para jugar!”

Cantidad versus calidad de tiempo
Un nuevo ciclo lectivo comienza y con él se despiertan grandes expectativas, un incremento de exigencias y el amplio camino de aprendizajes por recorrer. Los horarios curriculares se aglutinan con los extracurriculares y advienen con ellos una serie de nuevos usos y costumbres con objetivos a alcanzar en un mediano plazo. La vuelta al colegio y el reencuentro con los compañeros puede generar en los niños una serie de múltiples emociones vinculadas con sensaciones de entusiasmo, alegría, tensión y ansiedad. El modo de enfrentar estos cambios depende de múltiples variables individuales, familiares y del contexto escolar.

En el mes de marzo se activa el cronómetro que inaugura una rigurosa logística para poder abarcar todas las idas y venidas, y cada minuto cuenta. Las dobles jornadas escolares, sobre todo en edades tempranas, implican un grado de adaptación que el niño debe transitar.

Hay instancias que colaboran con la entrada gradual al clímax escolar: el armado de la mochila, del uniforme y los periodos necesarios de la acomodación de horarios curriculares. Sin embargo, la recarga de actividades en las agendas infantiles y el pasar muchas horas fuera de casa pueden provocarle agobio, desinterés e incluso desembocar en situaciones de estrés. Ciertamente, el estrés es un aspecto ineludible en la vida, pero no cabe duda de que el exceso de estrés puede interferir con la vida normal y la salud de los más pequeños. La elección y la regulación de cuales sean las actividades extra escolares van a depender de muchos factores, pero por sobre todo, deben estar acompañadas por el respeto de los ritmos y los tiempos de la niñez.

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El hacer del niño 
El sabio pediatra inglés Donald Woods Winnicott decía que para dominar lo que está afuera, esa realidad que nos rodea, es preciso hacer cosas, no sólo pensar y desear. Y hacer cosas lleva tiempo. En este sentido, jugar es hacer. Vemos entonces que este hacer del niño, este jugar, es como su trabajo a desarrollar en la infancia, por lo que se hace necesario que ocupe un espacio y un tiempo.

Luego de la extensa jornada, el niño necesita “tocar casa” para poder encontrarse en la libertad de sus rincones de juego. Es allí donde puede procesar activamente la vivencia de cada día. Pone en juego sus dificultades; puede ponerse en el lugar del otro, de sus compañeros, de la maestra.

En ese espacio de juego lo que no se tiene, se inventa. Por ello, se despliegan allí todos sus aprendizajes: planifica una estrategia para atrapar al lobo, construye un refugio con mantas para ocultarse y transforma una caja de cartón en una gran camioneta para regresar sano y salvo del bosque.
“Jugar es cosa seria”, decía el filósofo Johan Huizinga en su Homo Ludens. Es por ello que en este hacer, el niño pasa a ser protagonista. Es así que cuando el juego termina, sale más fortalecido, adquiriendo sentimientos de mayor confianza y seguridad.

Buscar tiempos para jugar con los hijos, disfrutar de los momentos de ocio, charlar, discutir qué se hará el fin de semana, hablar de gustos y emociones colaboran para enriquecer la escucha y el conocimiento de todos los integrantes de la familia.

Imprimiendo huella
La educación escolar y las actividades cotidianas potencian la formación del niño. Por eso, el juego se abre como espacio necesario para el disfrute, la adquisición de competencias y aprendizajes de forma natural, ya que a su vez complementa, recrea y afianza lo aprendido en el colegio.

El niño se construye en las pequeñas huellas lúdicas de cada día y, si bien lo esencial es invisible a los ojos, el tiempo de juego debería estar visible en las agendas infantiles.

Contacto:
Lic. María Catarineu
RAYUELA – Ofrece una capacitación vivencial de juego para profesionales de la salud y la educación, para descubrir el valor del juego como espacio de encuentro y construcción de vínculos.
(15 ) 5178-8250 / rayuelatiempodejuego@gmail.com

2 respuestas

  1. Muy buenas reflexiones. Gran ayuda para padres sobre todo si tienen muchos chicos para criar; no se angustien tras los traslados a lugares para ” actividades” extra escolares. Jugar en casa con los hermanos puede ser más enriquecedor.

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