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Fueron necesarios muchísimos años para que la mujer fuera demostrándole al mundo su capacidad y que este viera su grandeza. Cuatro historias que reflejan esfuerzo, lucha y un reconocimiento a nivel mundial.

Texto: Catalina Rothberg

Cuatro historias. Cuatro mujeres que fueron marcando su paso por el mundo de alguna u otra forma: enseñando la importancia de una caricia, de una sonrisa y de la valentía. Reconocidas por su fortaleza, pasión y belleza, se destacaron por las actividades que marcaron -y aún marcan- sus vidas: una madre de los pobres, una piloto de avión, una bailarina y una luchadora de los derechos humanos. Acá, cuatro mujeres con vidas muy diferentes, pero con una característica en común: la lucha por sus convicciones.

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Amor en acción
Teresa de Calcuta, nacida en Macedonia el 26 de agosto de 1910, luchó por saciar la sed de Dios en el mundo. Fue una monja católica que fundó la congregación de las Misioneras de la Caridad en Calcuta. Criada en el seno de la religión católica, a los dieciocho años descubrió su llamado  y se entregó a la vida religiosa. Más adelante, al escuchar a Dios pedirle que dedicara su vida a los menos privilegiados, comenzó a trabajar entre los pobres enseñándoles a leer, hasta inaugurar el primer hogar para moribundos en Calcuta y así expandirse a diferentes puntos del mundo.

Consagró su vida a los pobres, enfermos, huérfanos y moribundos, atendiendo no sólo la pobreza material sino una mucho más oculta, convencida de que es la carencia más grande que una persona puede sufrir: la soledad, el abandono, la agonía del rechazo y la falta de amor. En la década de 1970 obtuvo el Premio Nobel de la Paz por su reputación de persona humanitaria y defensora de los pobres e indefensos.

Las Misioneras de la Caridad se expandieron, construyendo hogares y sumando voluntarios y seguidores a nivel mundial, mostrando el amor de Dios de la manera más simple: amando al prójimo. Comenzaron siendo trece miembros y con el tiempo llegaron a ser más de cuatro mil. Destinan su tiempo a los pequeños gestos de amor, convencidas de que, una vez entregado a Dios, este se transforma en una acción infinita.

La Madre Teresa trabajó persistentemente por amor a Dios, poniendo ese amor en acción. Fue, hasta marzo de 1997 -año de su fallecimiento-  jefa de las Misioneras de la Caridad. Se ocupó de aquellos que nadie tenía en cuenta, sin mirar su nacionalidad, color, raza o religión. El 5 de septiembre de 1997 falleció en Santo Tomás a causa de un paro cardíaco, y dejó al mundo entero un mensaje que va más allá de la religiosidad y es hoy símbolo de amor, compasión y fe.

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Volando por el mundo
Amelia Mary Earhart, nacida en Estados Unidos el 24 de julio de 1897, fue un ícono en la aviación y dejó marcas de vuelo en el mundo.

Desde pequeña mostró su afán por sobresalir en actividades tradicionalmente protagonizadas por hombres, involucrándose con inquietud y audacia en trabajos de esta índole.  En una oportunidad, mientras atendía en una enfermería a los pilotos heridos en la Primera Guerra Mundial, aprovechó para visitar el Cuerpo Aéreo Real, donde se despertó su pasión por volar.

Sus primeras clases de aviación condujeron a que, pese a la poca credibilidad de su instructora, obtuviera en 1923 la licencia de piloto de la Federación Aeronáutica Internacional,  convirtiéndose en la decimosexta mujer en recibirla.

La primera huella llegó en abril de 1928 cuando le ofrecieron ser la primera mujer en cruzar  el océano Atlántico como acompañante, y así llamó la atención del mundo entero. Empezó a ser conocida como Lady Lindy por su parecido con otro aviador. Gracias a la ayuda de Putnam, editor estadounidense  -quien luego sería su marido- su fama dio un salto. Conferencias con los medios de comunicación y un libro llamado Veinte horas, cuarenta minutos fueron los siguientes pasos.

Su carrera como aviadora fue imponente ya que en poco tiempo estaba rompiendo el récord de velocidad entre mujeres. Cuando sintió que había llegado la oportunidad, decidió aventurarse y  ser la primera mujer en hacer un vuelo sola por el océano Atlántico. Este viaje significó nuevas  marcas en su carrera: fue la primera persona en cruzar aquel océano dos veces sin parar, la distancia más larga volada por una mujer, y logró el récord por cruzarlo en el menor tiempo.

Su historia rompió con lo convencional, dándole a la mujer un lugar valorado en la aviación. Con un trayecto y una reputación ya mundial, decidió arriesgarse e ir por su sueño: un viaje alrededor del mundo. El viaje no llegó a finalizarse ya que el avión perdió comunicación con el guardacostas estadounidense y desapareció sin poder ser encontrado debido a la falta de información de su posición. Pese al lamentable final, sus vuelos demostraron que “las mujeres deben intentar hacer cosas como lo han hecho los hombres. Cuando ellos fallaron sus intentos deben ser un reto para otros”.

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El momento de elegir
Malala Yousafzai, nacida en Pakistán el 12 de julio de 1997, es la persona más joven en ganar el Premio Nobel de la Paz. Con tan sólo diecinueve años, es una de las activistas más reconocidas por su  lucha por los derechos humanos, especialmente los de las mujeres. Su particularidad salió a la luz a los trece años, cuando comenzó a escribir un blog para la BBC explicando su vida bajo el régimen del Tehrik e Taliban Pakistan (organización terrorista asociada al movimiento talibán que proclama el extremismo religioso islámico y el yihadismo). El mandatario había prohibido la escolaridad para mujeres entre 2003 y 2009. Años después, la tiranía llegó a su fin, pero opinar al respecto no era una opción.

El hecho de haber levantado la voz para defender el derecho a la educación de las niñas llevó a que en octubre de 2012 Malala fuera víctima de un atentado en el que recibió un disparo en la parte izquierda de la frente. Luego de una larga recuperación, pudo volver al colegio, y fue en ese momento cuando decidió luchar por su sueño: que todos los niños en el mundo pudieran ir a la escuela porque es su derecho básico. “Un niño, un maestro, un libro, un lápiz pueden cambiar el mundo” fueron sus palabras frente a más de cuatrocientas personas en una asamblea de jóvenes en la sede central de Naciones Unidas en Nueva York.

La educación y la paz son sus objetivos más importantes y está convencida de que el único medio es el diálogo. Es hoy una de las voces más reconocidas en la educación infantil, especialmente en los países con extremismo religioso.

Hace ya más de seis años que Malala promueve el derecho a la educación incesantemente. Vio las dos opciones: estar callada y morir o hablar y morir.  Y decidió hablar.

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Al ritmo de las olas
Isadora Duncan, nacida en 1878 en San Francisco, vivió movida por su pasión: el baile. Criada a orillas del mar, refirió su idea de movimiento y de la danza al ritmo de las olas. Con tan sólo diez años abandonó todo para incorporarse a la compañía de Agustín Daly.

Su concepción de la danza parecía algo contra hegemónica, lo que la llevó a partir a Inglaterra para profundizar  sus estudios. Su distinción estaba en una danza de la Antigua Grecia y generó interés de inmediato tanto en el público cómo en la prensa. Sus movimientos se apartaban de los bailarines clásicos y su mayor teoría se basaba en que el baile muestra la belleza de los movimientos naturales del cuerpo y en que es un momento de comunicación del individuo con la naturaleza.

Gran parte de su vida consistió en viajar por el mundo expresando su amor a la naturaleza en cada movimiento. Antagonista al ballet, danzaba descalza con una simple túnica griega de seda transparente, generando fervor en los escenarios del mundo. Su danza parecía una constante improvisación, ya que rechazaba las técnicas formales y sus movimientos eran totalmente naturales.

Una trágico accidente quitó la vida de sus dos hijos, evento que condujo a que la bailarina abandonara su carrera. Años después, retomó el baile y a partir de campañas benéficas, busco llevar  sus enseñanzas a diferentes partes del mundo.

Años difíciles devinieron, llenos de rechazos debido a sus técnicas innovadoras y sus ideas poco tradicionales. Pero finalmente, Isadora dio fin a la rigidez del ballet clásico dándole inicio a las bases para la danza contemporánea del siglo XX, instaurando la idea de que el cuerpo debía proyectar el alma y el espíritu.

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