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Aquel 13 de marzo fue un día distinto. Corren los años y el sentimiento sigue intacto. Cada vez que me remonto a esa fecha, me inundan una serie de emociones imposibles de explicar. Recuerdo cada detalle como si hubiera sido ayer el día en que fue electo el Papa Francisco.

Texto: Catalina Rothberg

Recuerdo estar sentada con mi papá en el sillón del playroom de casa, tomando mate y mirando televisión. Un poco más de veinticuatro horas habían pasado desde que se había dado comienzo al cónclave para elegir al próximo Papa de la iglesia católica.

Eran las siete de la tarde y acababa de terminar la quinta votación. En casa, todas las actividades tenían de fondo la plaza San Pedro colmada de gente, con la cámara de la televisión enfocando al balcón principal. Fueron interminables los segundos hasta que el responsable de comunicación finalmente pronunció las palabras que millones de personas veníamos esperando: “Habemus Papam”. La Iglesia católica tenía un nuevo pastor, un nuevo líder.

Lo que siguió, dejó a todos los argentinos atónitos. No sólo había Papa, sino que éste era argentino. Jorge Mario Bergoglio, Arzobispo de Buenos Aires, reconocido por su humildad y sencillez, era ahora quien iba a encabezar y guiar al Catolicismo.

La plaza celebraba la gran noticia. En mi casa, un grito de sorpresa y emoción con un abrazo de por medio expresaban la infinita alegría que nos sobrepasaba. ¿Quién lo hubiera dicho?

Hoy, tres años después, miro atrás y me sigo sorprendiendo. Cada gesto, cada discurso, cada encuentro fueron un claro ejemplo de que el Papa Francisco vino a ser instrumento de Dios para el mundo.

Acá, un resumen de estos tres años en sus propias palabras.

“La ternura no es la virtud de los débiles, sino más bien todo lo contrario: denota fortaleza de ánimo y capacidad de atención, de compasión, de verdadera apertura al otro, de amor”.

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