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Antes de ser una fundación con tres sedes que se ocupan de más de 250 jóvenes y adultos con discapacidad intelectual, la Fundación Nosotros fue primero una tradicional familia de San Isidro. Blanca Murall era madre de cinco hijos cuando decidió sumar seis más.

Tras visitar un hogar de niños en Tigre, Blanca no pudo evitar adoptar a Javier, un niño con Síndrome de Down que al verla no se despegó de ella. A Javier le siguieron Luis, Olga, José, Angelita y Martín. Cinco de los hijos adoptivos de Blanca y Roberto Murall padecían Síndrome de Down y uno, sordera y retraso cognitivo.

La capacidad de entrega del matrimonio fue transmitida a sus hijos, y en una comida familiar de domingo, nació la idea de convertir esa familia en un hogar más grande y llevar ese amor a traspasar las paredes de su casa en Acassuso. Así nació Fundación Nosotros, un lugar cálido con sensación de hogar. “Mis hijos mayores nos propusieron a mi marido y a mí hacer algo que diera también apoyo a los padres de esos jóvenes con discapacidad; así nació la fundación”,

cuenta Blanca. Se hizo hincapié en la inserción laboral y en los centros educativos, albergando, además, a veinte personas que carecen de un contexto familiar capaz de cubrir sus necesidades de cuidado y atención.

Talleres de oficios se descubren en los distintos rincones. Risas se cuelan desde el cuarto de arte. Sonrisas contagiosas pintan de colores la sede de Acassuso. Es propio de la Fundación Nosotros la impronta de familia. Se respira alegría, dedicación, amor. Al preguntarle a Blanca qué es lo que más disfruta de la fundación, ella asegura que es ver su crecimiento, desde una adopción hasta lo que se convirtió treinta años más tarde.

Blanca es una mujer de fe inquebrantable; lo refleja al hablar. Confió siempre en el sostén de Dios y sin dudarlo, aportó su propio grano de arena. “No imaginaba esta vida; tampoco imagino cómo terminará. Creo que es importante pedirle a Dios la capacidad de aceptar lo que no puede ser modificado, el coraje para cambiar lo que puede ser cambiado y la valentía para distinguir lo uno de lo otro”.

La familia Murall abrazó a quienes más lo necesitaban brindando hogar a niños que habían sido marginados al abandono y la pobreza. Ese abrazo late más vivo que nunca en las paredes de la fundación. Puede sentirlo quien la visita. Una maestra invisible de corazón generoso, de inmensa fe en Dios y de lucha por una sociedad más inclusiva.

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