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Nacho López Basavilbaso lleva un año viviendo en Australia. Se ancló en un deporte que no conocía para hacer amigos y pasó de no saber ni sus reglas a ser uno de los jugadores más queridos. Un testimonio del deporte como escuela de vida.

Texto: María Stellatelli

“Acá estoy, por mi cuenta, abriéndome camino en una nueva sociedad. Sin mi familia, sin mis amigos, sin mi red de personas y cosas que me sostienen y me moldean, empezando de nuevo”. Así empezaban sus primeros escritos desde Australia, país en el que vive desde hace casi un año.

Ignacio López Basavilbaso (27), o Nacho como lo conocen sus amigos, se fue a Australia en diciembre de 2014 con ganas de hacer un curso de Psicología en Melbourne University por un año, o quizás más. Viajó solo. No conocía a nadie allá. Pero las ganas de hacer una experiencia afuera lo lanzaron lejos de su casa, más allá de los primeros miedos. Una cosa tenía en claro: debía encontrar un deporte en donde anclarse, seguro de que ahí haría sus nuevos amigos.

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Pisando un continente nuevo
Cuando llegó empezó a investigar opciones y decidió ir a probar fútbol australiano en Melbourne University Blacks, el equipo de su universidad. Nunca había practicado aquel deporte. No conocía las reglas, y estas se diferenciaban bastante de las del rugby, deporte que practicaba desde chico en el San Isidro Club. Sin embargo, algo prendió una llama dentro de él. Algo llamó su atención. Volvió a probar. Y esa prueba se volvió en una rutina de entrenamientos semanales.

Al principio todo costó. Cada día parecía un desafío nuevo, tanto en la cancha como fuera de ella. Los ejercicios de fútbol eran distintos a los de rugby; el idioma, otro; y la falta de vínculos aportaba su peso sobre la espalda. Durante la pre temporada, los jugadores no eran constantes para ir a entrenar y Nacho no los veía más de dos veces seguidas. Entonces las amistades tardaron en llegar más de lo esperado. Pero fiel a la voluntad que el rugby supo inculcar durante tantos años, su decisión fue la de seguir intentándolo. “Al principio estaba tentado a decir ‘basta’. Pero en el equipo me decían ‘seguí viniendo, no dejes’; me felicitaban por cada pase bueno que hacía. Entonces seguí y de a poco empecé a mejorar”, cuenta Nacho. “Me hacía bien escuchar mi nombre de manera constante en las prácticas de fútbol: ‘Nachos’ para pedirme la pelota, o ‘lovely Nach’, cuando hacía un buen pase”.

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Jugar el partido
Hay una característica que le reconocieron siempre sus amigos de rugby del SIC: la capacidad de poner el 100% de sí mismo en cada partido. Y esa es una de las cualidades con las que Nacho se encontró también en la cancha del fútbol australiano. “Al principio, el equipo no podía creer la intensidad que le ponía a los partidos. Entrenaba muy fuerte y no falté a ningún entrenamiento. Eso lo aprendí con el rugby en Buenos Aires: si faltás a uno, no jugás el partido”.

Pero eso no sólo despertó interés en el deporte, sino que a partir de ver tal actitud de esfuerzo y voluntad de superación, llegaron propuestas de trabajo, asumiendo que si trabajaba con la misma fuerza con la que entrenaba, no habría dudas al contratarlo. “Me sorprende lo bien que me tratan, y me doy cuenta de que seguramente yo transmito mis ganas con mis gestos, en mi conversación e inclusive jugando”, explica Nacho desde un lugar más reflexivo a varios meses de estar viviendo allá.

El esfuerzo de cada día lo fue llevando más lejos. Pasos pequeños; pasos más grandes. Poco a poco, su nueva red de vínculos se fue tejiendo y encontró su lugar en el equipo y en la ciudad. Viajó con sus amigos, compartió sus mates, y se encontró con características suyas que no conocía del todo. “Llegás acá y te das cuenta de que la gente de repente tiene otra percepción de vos que vos mismo no conocías, y no lo podés creer. Fui empezando de nuevo a formar mi red. Y sobre todo a elegir dónde quiero ubicarme en esa red”.

Estos nuevos pasos no dejaron de generar cierto miedo. Pero el miedo siempre acompañado de entusiasmo y curiosidad. Eligió libremente qué postura tomar ante las situaciones que se le iban presentando. “De a poco empezaron a aparecer a la vista aspectos que no sabía que estaban. Algunos buenos, otros malos, pero todos trajeron movimiento, y con el movimiento, oportunidades de crecimiento”.

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Cien por ciento vida

Rugbier desde chico, Nacho fue siempre un convencido de que el deporte es una escuela para la vida. Y paso a paso, se fue entretejiendo un paralelismo entre el deporte y su vida allá en Australia. La misma garra que ponía para ir a entrenar más allá de no hacer amigos al principio y de no conocer el deporte fue la misma que puso en cada momento en el que sintió la soledad de estar en un lugar nuevo.

Es un fiel defensor de que el deporte enseña tantos valores como los que uno está dispuesto a aprender. Perseverancia, voluntad, esfuerzo, disciplina. Todas virtudes que, llevadas a la vida diaria, dan frutos en cada aspecto. Y eso se hizo real en su viaje a Australia, en el que más allá de las adversidades y de la soledad que surgió por momentos, el esfuerzo y la perseverancia lo llevaron a seguir buscando hasta encontrar un grupo de amigos aun más grande del que soñaba. “A través del deporte me llegué a insertar en una nueva sociedad”, dice convencido y con una sonrisa. “El deporte te enseña lo importante de la vida”, cuenta desde su experiencia con un tinte de luz en la mirada.

“Hoy miro para atrás y me sonrío al pensar que tanta búsqueda de alguna manera encontró más búsqueda. Y que es lindo sentirse en búsqueda, siempre, en algún aspecto o en otro. Porque creo que con la búsqueda vienen cosas nuevas, que renuevan, que te mantienen despierto, que te enriquecen”.

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