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Hace unos días tuvimos el placer de participar de la conferencia que brindó Mohamed Fadelle, ahora bautizado Joseph, en el colegio San Juan el Precursor, en San Isidro. A continuación, el calvario de un musulmán que se encontró con Cristo y quiso seguirlo a costa de todo.

Texto: María Ducós – Fotos: cortesía Editorial Logos

Hace algunos años y a partir del nuevo régimen de Sadam Hussein, más estricto y diligente que el anterior, el padre de Mohamed Fadelle, un influyente patriarca musulmán, perdió las facilidades para evitar que sus hijos se enrolen en el ejército. Pese a esto, Mohamed marchó hacia el Sur, a Basora, para conseguir de alguna manera un nuevo arreglo que lo declare inútil para luchar en la guerra.

Allí conoció a Massoud, un hombre católico de 45 años al que intentó convertir al islam. Como es sabido, los musulmanes que acercan personas a la religión de Mahoma son galardonados. La recompensa equivale a que Alá, su Dios, les abra las puertas del Paraíso en reconocimiento a su fidelidad y buena predisposición.

Pero el modo de vida de Massoud, su trato afable y la forma en la que se dirigía a Dios en toda circunstancia cautivó a Mohamed desde el primer momento, echando por la borda la reducida y desdeñable imagen que tenía sobre los cristianos. Después de que Massoud le preguntara en profundidad sobre el significado real del Corán, Mohamed se propuso leer el libro sagrado a conciencia y descubrió que muchas de sus leyes eran contrarias al amor y a la felicidad. Primera alerta.

VIO LA LUZ

Un sueño fue el quiebre. En él, sobre la orilla de un río angosto, un personaje vestido con una túnica de estilo oriental lo atrajo con su mirada, haciendo que experimentara un fuerte deseo de abrazarlo. Pero el hombre pronunció una única y enigmática frase: “Para cruzar el río tienes que comer del pan de vida”. Jesús se abría paso en su alma.

Esas misteriosas palabras calaron hondo en su corazón, hechizándolo como un niño que no se conforma y siempre pide más gestos de cariño que sacien su anhelo de felicidad. Fue en busca de respuestas al Ayatollah (doctor en el islam), pero lo único que consiguió fue aumentar su incertidumbre; sentía que le cerraban el camino al entendimiento y esto acrecentaba sus ansias de saber más de este Jesús que tanto lo llenaba, de conocer su historia y de absorber hasta la última palabra de sus enseñanzas. Por primera vez, sintió que en su desprecio al cristianismo se abría una grieta.

“SERÁN PERSEGUIDOS A CAUSA DE MI”

Su fe lo llevó a querer bautizarse lo antes posible, aun sabiendo que por esto perdería a su familia, a sus amigos, a su riqueza, e incluso estaría en peligro su propia vida. “Me tuve que callar porque si no me mataban, y Dios me quería vivo”, contó el propio Fadelle en su paso por Buenos Aires.

Sin su consentimiento, le asignaron una mujer desconocida con la que debía contraer matrimonio y tener hijos. Luego del casamiento, Mohamed, comenzó a ausentarse todos los domingos de su casa para ir a misa a escondidas, lo que provocó el enojo de su esposa que sospechaba infidelidad.

Creyó que lo delataría, pero no sucedió, y poco a poco fue mostrándole el amor que emanaba de la Biblia y el menosprecio de la mujer encarnado en el Corán. Ella se convirtió, manifestando profundos deseos de bautizarse. Su matrimonio ya no era una carga, la relación crecía en respeto y amor con la entrada de Cristo en sus vidas.

Un día, uno de sus hermanos encontró una Biblia en el salón de visitas. Este fue el punto culminante para acusar su deserción. Esa misma noche su misma familia decidió entregarlo al jefe religioso para que dictara sentencia: la famosa Fatwa, pena de muerte por traición.

PRISIÓN Y EXILIO

Fue llevado a la peor cárcel de todo Irak en la que, durante 16 meses, vivió los castigos más crueles, durmiendo en un calabozo mugriento y con aguadas sopas como único alimento. Rezó mucho para que la agonía se terminara y un día, sin previo aviso, lo subieron a un camión y lo tiraron en medio de un baldío. Al volver con su familia, un sacerdote amigo le recomendó que se escapara lo antes posible del país, y sin lograr que lo bautizaran, partió hacia Jordania.

En esa nación limítrofe tampoco halló tranquilidad para practicar su fe, porque sus hermanos lo encontraron. Después de discutir violentamente para que volviera al islam, le dispararon en las piernas y lo dejaron medio muerto en una zona desértica. Pero el milagro ocurrió cuando, ya en el hospital, la bala que había quedado en su cuerpo desapareció y quedó completamente sano, ante la admiración de los médicos.

Luego de 13 años, el día más esperado llegó. A escondidas, en una capilla alejada del centro de Amán, la capital jordana, el obispo los bautizó en un total hermetismo. A partir de ese momento no se llamó más Mohamed, y adoptó el nombre de Joseph.

Hoy, después de haber obtenido un visado, vive en Francia con su mujer y sus cuatro hijos. En 2010 decidió escribir y divulgar su historia para que el mundo se entere de los millones de cristianos que son perseguidos en países como Irak, Sudán, Arabia Saudita, Indonesia, China, Vietnam, Egipto y Corea del Norte a causa de Cristo. Hagamos un lugar a todos los que sufren en nuestra oración diaria.

Ni ficción ni teoría, una historia real, donde el protagonista es un hombre de ojos grisáceos, cabellos largos y un corazón desbordante de amor. En medio de la persecución de un pueblo mártir por no adherir a la crueldad del islam, Mohamed, un chiita descendiente de Mahoma, a quien lo llamaban “mi señor” por ser el heredero de una tribu patriarcal, lo dejó todo para seguir a Cristo, de quien se enamoró profundamente.

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