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Texto: Rosario Lanusse – @rochilanu – Fotos: Maggie Lennon – @magglennon

Tere Torralva es psicóloga, jefa del Departamento de Neuropsicología del Instituto de Neurología Cognitiva de Buenos Aires (INECO) y del Instituto de Neurociencias de la Fundación Favaloro. Su currículum y su trayectoria profesional son contundentes. Tuvimos la suerte de tenerla en el Club Santa Bárbara (en el ciclo organizado por Eidico de #CharlasQueInspiran) también en calidad de madre de dos hijos de 18 y 21 años, y con un mensaje maravilloso. Uno que busca revertir el pre concepto de que la adolescencia es siempre una época conflictiva, que poco podemos hacer los padres, y que pareciera que durante esos años simplemente debemos limitarnos a rezar para que pasen y lleguen a su fin lo más pacíficamente posible.

Tere arrancó la charla presentándose de una manera muy auténtica, natural, mostrando una foto de sus dos hijos, Olivia y Bauti. En la imagen vemos a dos chicos adolescentes mirando a cámara y haciendo gestos divertidos de burla hacia una madre que quiere retratarlos. Real, actual, típico. Una manera muy humana de introducirse en su especialidad, la de investigar qué es lo que pasa a nivel científico con el cerebro de esos dos hijos. Para comprenderlos, para entender por qué desde la ciencia ellos actúan como actúan. 

“Desde hace quince años que estoy investigando la parte anterior del cerebro adolescente. Los lóbulos frontales tienen mucho que ver con lo que les sucede a nuestros adolescentes. Mi gran cuestión, que fue también mi puntapié, fue intentar comprender qué pasaba con mis hijos, que son en definitiva mis ratoncitos de laboratorio”. Su objetivo fue explicar desde la ciencia por qué estos adolescentes son una montaña rusa de emociones. Por qué pasan de la euforia de la felicidad a la tristeza más profunda y sin escalas. Por qué un día están sonrientes y cariñosos y por qué, al día siguiente, deciden no hablarte. 

Juntó las respuestas que da la ciencia con el cuestionamiento que nos hacemos los padres de por qué los chicos se comportan como se comportan.

Uno piensa que la adolescencia es un suplicio. Quiero cambiar este paradigma. La adolescencia es preciosa, es un período de oportunidades. Los padres podemos hacer cosas que transforman el cerebro de nuestros hijos.

Fuerte, esperanzador, un mensaje que nos alienta a ponernos en movimiento. Estos cambios que vemos los padres en nuestros hijos, y que ocurren a nivel físico, cognitivo y conductual, tienen una respuesta desde la ciencia, desde la formación y el funcionamiento del cerebro durante estos años de adolescencia. Y conocerlo es también una herramienta para saber cuándo debemos ponernos en alerta, cuándo salir a consultar, cuándo están actuando dentro de los parámetros de la normalidad y cómo hacemos para acompañarlos, entendiendo que son obras preciosas “inacabadas”. 

PERÍODO ADOLESCENTE

El cerebro no termina de formarse a los tres años. Durante los años de adolescencia, que hoy dura desde los 12 hasta los 25 años (promedio, a veces un poco menos), el cerebro sigue desarrollándose. Este período arranca con un cambio biológico, que es la pubertad (y que se adelantó); y termina con un cambio social, cuando un adolescente adquiere un rol adulto y se transforma en uno de ellos (que se atrasó). Y esto no tiene que ver con un tema personal, sino que con un cambio mundial. Y esta pubertad precoz comienza antes por varios motivos, cosa que no es tan buena porque aparecen cambios físicos antes de tiempo, en un cerebro no tan preparado para ello. Uno de los factores contribuyentes es la obesidad que trae cambios a nivel hormonal que acompañan a que la pubertad se de antes (que se puede solucionar con una alimentación sana y a través del ejercicio).

Otro tema que está en estudio es que hay ciertos químicos que están en los cosméticos y en algunas bolsas que lentamente afectan el sistema endocrinológico de las personas, especialmente el de las mujeres. Y, por último, hay algo que nos compete a todos y que tiene que ver con las pantallas de los teléfonos, de los ipads, de los celulares; la exposición a su luz azul que afecta directamente sobre la hormona del dormir, la melatonina, que afecta a su vez el sistema endocrinológico; lo que hace que los púberes sean púberes antes de tiempo. De estas cuestiones, algunas son inamovibles, pero hay otras que sí podemos cambiar, por ejemplo la exposición de los adolescentes a los celulares. 

¿Y por qué cada vez más tarde los adolescentes se convierten en adultos? La especialización laboral en el mundo es cada vez más exigente, por supuesto que hay casos y casos, pero los chicos cada vez necesitan más formación. Más estudio. Cada vez es más difícil conseguir trabajo porque el nivel de especialización es mayor, con lo cual al necesitar seguir estudiando y formándose, necesitan también padres que los financien. Y entonces, como se independizan tarde, tienen hijos más tarde y así sucesivamente. A grandes rasgos, hay un cambio a nivel mundial que no tiene que ver con lo personal, que hace que la adolescencia sea tres veces más larga que en el siglo diecinueve, y dos veces más larga que en 1950. 

A esta realidad objetiva se suma el hecho de que existe un esquema mental y un pensamiento negativo acerca de que la adolescencia es problemática. Dentro de los esquemas mentales, cuando uno piensa que algo va a suceder es probable que eso suceda, es lo que se llama “profesía autocumplidora”. Si nosotros no cambiamos la forma en que pensamos la adolescencia, probablemente tengamos algo que ver con que la adolescencia de nuestros hijos no sea todo lo buena que nosotros queremos que sea. 

“Y si la adolescencia dura quince años tenemos que tratar de no padecerla, no sufrirla, no asociarla solamente a conflicto y quitar ese paradigma. Hay dos maneras de verla: o sobrevivimos a esta larga adolescencia cerrando los ojos y esperando que termine; o empezamos a verla con otros ojos, tratando de comprender qué pasa en el cerebro de estos chicos, para protegerlos, acompañarlos y disfrutar de esta etapa junto a ellos.

La adolescencia es un período de oportunidades. Que tiene muchos riesgos y que está bueno conocerlos, pero es una etapa en la que de verdad podemos hacer cosas que transformen el cerebro de nuestros hijos.

Tratando de simplificar un poco los términos técnicos que utiliza Tere para explicarlo, entendemos que, según ella, el cerebro es como un gran conjunto de autopistas, que se van conectando entre sí. Y que durante la adolescencia se vuelven plásticas y comienzan a “cablearse” nuevamente, se extienden y, año a año, terminan de completarse. Pero hay puntas que todavía no se tocan ni se conectan entre sí. 

TRANSFORMAR EL CEREBRO DE NUESTROS HIJOS

Los padres, los educadores y los profesionales de la salud podemos proveer a los adolescentes de varias herramientas para que ese “cableado” del que antes hablamos ocurra como nosotros queremos. Pero para que eso suceda debemos conocer ese cerebro. Hay ciertas características de la adolescencia que son universales, también hay ciertas particularidades, como por ejemplo, la tecnología que está interfiriendo y acompañando la adolescencia de nuestros hijos, que hace que su adolescencia no sea tan parecida a la nuestra. El mundo cambió y mucho. Los adolescentes de hoy están viviendo en un momento bisagra, en el cual no podemos prever cómo serán en el futuro. 

En la charla Tere hace una analogía entre los adolescentes y la lámpara de Aladino. Y está en nosotros, los padres, aprender a pulir esta lámpara para intentar que salga lo mejor de ella. Y aclara en reiteradas oportunidades que esto no es poético y que -dependiendo de cuáles sean las experiencias que les brindemos a nuestros hijos- probablemente tengamos mucho que ver con cómo termina formándose ese cerebro. Es muy importante el esquema que tengamos nosotros como padres, la sociedad, los profesores y los profesionales de la salud. 

CEREBRO ADOLESCENTE

Gracias a los avances en materia de imágenes cerebrales hoy sabemos que el cerebro no se termina de desarrollar en los tres primeros años. Antes pensábamos que todo sucedía en ese tiempo. Hoy sabemos que el cerebro sigue desarrollándose hasta los 25 años. Es mucho tiempo que tenemos, con algunos momentos particulares que son oportunidades para exponer a nuestros hijos a aquellas experiencias que van a “cablear” y lograr más conexión dentro del cerebro. Oportunidades que con la estimulación necesaria hacen que se produzca más conexión cerebral. 

Hay momentos que son plásticos en el cerebro y que nos permiten mejorar su funcionamiento con entrenamiento (como ocurre por ejemplo en un cerebro después de haber sufrido un ACV). Pero sólo en algunos períodos existe una plasticidad que se llama “del desarrollo”, que es esa plasticidad donde el cerebro se está cableando, se está conectando, y es ahí donde si uno interviene mejora notablemente la comunicación inter neuronal (sinaptogénesis). 

En el cerebro tenemos dos momentos donde hay, por un lado, un aumento enorme de producción de sinaptogénesis, o cambios progresivos, y que se da de cero a tres años. Aquí se produce un crecimiento neuronal enorme. Y, por el otro, después de ese crecimiento, siempre viene una consecuente poda neuronal. O sea, hablando de manera sencilla, crecen muchas neuronas y luego, las que no se utilizan, mueren. Y esto es un recurso muy eficiente de nuestro cerebro para no tener neuronas que después, en realidad, no se utilizan. 

Este proceso vuelve a suceder en la adolescencia, donde tenemos un segundo momento de gran crecimiento de neuronas, con su consecuente poda. Y en este segundo momento tenemos que focalizarnos en descubrir qué se necesita en la adolescencia para que se produzca esta sinaptogénesis y la poda correspondiente, porque lo que no se usa en el cerebro se pierde. “Úsalo o piérdelo”, es uno de los principios del cerebro. Lo interesante es que durante la adolescencia se pierden el cuarenta por ciento de las neuronas; y es necesario que ese cuarenta por ciento se deseche para que el cableado sea mejor.

“Es como si a millones de callecitas las transformamos con esa poda en grandes autopistas que funcionan mucho mejor. Y eso es lo que tenemos que lograr durante la adolescencia: que este gran decaimiento que se produce en materia gris (neuronas) se transforme en un gran aumento de materia blanca (que es la que conecta)”, explica Tere. 

Por lo tanto, reforcemos que la adolescencia es un período de oportunidades. Mientras se está cableando el cerebro es mucho más plástico que cuando ya está cableado.

Y esta oportunidad no es permanente, ocurre de cero a tres, y después de nuevo desde la pubertad, momento en el que se genera un cableado mucho más fuerte y que encima perdura para toda la vida. Por eso es tan oportuno decir que tenemos que estar muy activos durante la adolescencia de nuestros hijos y acompañarlos con muchas experiencias.

QUÉ LES FALTA Y QUÉ LES SOBRA

“Los adolescentes son como Ferraris sin frenos. Es decir, son un gran auto, al que el fabricante se olvidó de ponerle frenos”. Esto es así porque, justamente en un cerebro adolescente, el lóbulo frontal y todas sus funciones no están listas hasta los 25 años. Y el lóbulo frontal es el que se ocupa de la toma de decisiones, de la capacidad de empatizar con el otro, de lo que se llama “la teoría de la mente” por la cual podemos interpretar a través de los ojos y de la mirada lo que el otro siente y piensa. Se ocupa del control inhibitorio, de frenar pensamientos cuando uno quiere prestar atención, de priorizar las decisiones racionales frente a las emocionales. Y, si quien se ocupa de todo esto aún no está listo, y si tenemos un lóbulo frontal poco desarrollado, entonces un adolescente no puede ponerse en el lugar del otro, no puede empatizar, no puede priorizar lo racional sobre lo emocional, no puede contar con un control inhibitorio natural… No puede, por la sencilla razón de que no está listo. Y ahí es donde entramos en juego nosotros, los adultos.  

Del otro lado del cerebro, las áreas subcorticales, las de las emociones están en cambio híper desarrolladas, y ya están listas (no habrá momento de mayor activación emocional que la adolescencia). Por lo tanto, tenemos un gran desbalance: un área racional, vinculada con la toma de decisiones, con el control inhibitorio y con la empatía, que no está desarrollado; y un área emocional que está desarrollada por demás. Lo que provoca mucha emoción y poco raciocinio.

Cuando decimos “¿Este chico no se pone en mi lugar? Son las seis de la mañana y no me avisa donde está… ¡No! No se pone. No lo va a hacer porque no puede”. Nos enojamos igual, aún sabiendo y entendiendo que no pueden hacerlo, debido a la sencilla razón de que el área del cerebro que les da esa capacidad todavía está en formación, e intentando desarrollarse. 

Lo que sí podemos hacer es entrenar esas capacidades. Hay adolescentes geniales que avisan dónde están, por ejemplo, porque aprendieron a ponerse en el lugar del adulto, pero en general no pueden hacerlo. Los especialistas recomiendan a los padres que, una vez que comprendemos que esto es así y lo entendemos y lo aceptamos, intentemos fomentar estas conductas, estimularlas, para cablear más fuertemente estas funciones que son tan importantes para el desarrollo futuro de las relaciones interpersonales. 

La memoria funciona de manera muy particular durante la adolescencia y las huellas de esa etapa son las que más recordamos de nuestra vida. En esos años ocurre un pico de reminiscencia, recordamos voces, canciones, aromas. Y recordamos más cosas de esa época que de las que pasaron hace cinco años. Algunas hipótesis dicen que eso ocurre porque uno está generando su identidad emocional y somos testigos de grandes cambios; pero esa fortaleza en la memoria real durante esos años ocurre porque se está cableando el cerebro.

Y así queda evidencia de nuestra gran responsabilidad como padres y adultos: debemos intentar generar experiencias que después serán recordadas para toda la vida. La experiencia puede alterar la genética. La experiencia puede opacar o sacar brillo a una genética. Además, es muy sano aceptar que poco podemos hacer por la genética y que mucho podemos hacer por la experiencia. En definitiva y de manera sencilla, la experiencia ayuda a moldear el cerebro de manera más saludable. 

RIESGOS Y RECOMPENSAS

La recompensa inmediata del adolescente tiene una explicación cerebral. La auto regulación es muy importante porque cambia el destino de las personas, por eso es imprescindible entrenar a los chicos en estas conductas auto reguladoras que son, en realidad, responsabilidad del lóbulo frontal y que necesita ser bien cableado durante la adolescencia. 

Los chicos son además, tomadores de riesgos. Hay una gran relación entre la toma de riesgo y la presión que ejerce un grupo de pares.

Durante estos años los padres desaparecemos, los amigos son todo y por eso es tan importante considerar su influencia. Con los amigos presentes, uno rompe las reglas, y un adolescente con amigos tiene tres veces más riesgo de sufrir un accidente que aquél que está solo. Su criterio cambia al estar con amigos y pasan a creerse súper héroes. En este período crece al 200 por ciento la estadística de accidentes y de muerte que, claramente, no se debe a enfermedades epidemiológicas más propias de la primera infancia. La mayoría de las causas son accidentes de auto, suicidio, sexo sin protección, accidentes deportivos, consumo de drogas y alcohol, ahogamiento. 

Y, de nuevo, todo esto tiene que ver con una causa que hay que trabajar: la falta de autocontrol y de auto regulación. En la adolescencia hay un fuerte aumento de un neurotransmisor que se llama dopamina, por la cual los adolescentes tienen sensaciones de recompensas mucho mayores que en otros momentos de la vida. Y eso no se vuelve a sentir porque la dopamina no vuelve a tener esos niveles.

El adolescente necesitan sentirse todo el tiempo recompensado, valorado, satisfecho; por eso buscan cada vez más riesgos y eso es lo que genera este desbalance y esta estadística de lesiones en esta etapa.

EXPERIENCIAS QUE MOLDEAN EL CEREBRO

EJERCICIO FÍSICO: aunque parezca una obviedad, es importante recalcar que aumenta el volumen y la actividad cerebral. A cualquier edad, pero aquí en este momento plástico es mayor. Mejora el desempeño académico, mejora la atención, las funciones ejecutivas y las habilidades cognitivas. Disminuye los síntomas de ansiedad y depresión. 

ESPIRITUALIDAD: es algo que no está muy reportado. Los estudios demuestran que quienes comparten experiencias religiosas tienen menos factores de riesgo. La espiritualidad funciona aquí como un factor protector. Menos consumo de alcohol, menos tabaco, menos ansiedad y menos depresión. La fe y el compartir valores son un escudo protector. 

ESTRÉS: lo que nos estresa a nosotros también los estresa a ellos, pero a los adolescentes les estresan más cosas que a los adultos. Lo vinculado a lo social es lo que más los estresa, y sufren mucho en aspectos relacionados con sus pares. Siempre están en alerta las cuestiones vinculadas con las relaciones sociales, y cualquier situación social por temor a ser rechazados o excluidos en la adolescencia se vive con estrés. Los adolescentes tienen además una híper activación de la amígdala, un área del cerebro que se ocupa especialmente de la detección de las situaciones emocionales y estresantes. Esto hace que los adolescentes estén siempre en alerta con lo emocional y en relación con el otro. Los adultos tenemos un lóbulo frontal ya conformado que nos lleva a mantener la calma y a no preocuparnos si alguien nos rechaza por ejemplo, porque tenemos el razonamiento para bajar los niveles de ansiedad que los adolecentes todavía no tienen. 

TECNOLOGÍA: un tema muy cuestionado es cuánto estresa a los adolescentes la tecnología actual. Tiene mucho de bueno y mucho de malo. Sobre todo el abuso. Es un tema del que es muy difícil hablar porque los nativos digitales recién están ingresando en la adolescencia. Lo que sí es seguro es que para los chicos que nacieron con el teléfono, el cerebro se cableará de manera diferente. Ya existen estudios que observan qué áreas del cerebro se activan dependiendo de qué es lo que estamos viendo en redes sociales y, si estamos contentos con lo que estamos viendo (cantidad de likes, por ejemplo) se activa un área que tiene que ver con la recompensa, que se llama núcleo sacumbens. Todo un capítulo nuevo, del que ya se saben algunas cosas: los chicos que están mucho tiempo frente a dispositivos electrónicos tienen menos atención y menos concentración. Hay menos actividad cerebral cuando participan en juegos violentos, porque se aplaca la conectividad. Hay más nivel de estrés en los que están en la tecnología versus lo que hacen ejercicio físico. El estrés viene mucho de las redes sociales y no del uso del celular para el estudio. Las habilidades sociales presenciales disminuyen para aquellos que pasan mucho tiempo en la redes. Esto también tiene que ver con la obesidad, con dolores musculares y síndrome del túnel carpiano, más un nuevo tipo de fobia: “NOMOFOBIA”: no móvil fobia. 

DROGAS: uno de los capítulos más serios es el consumo en adolescencia. Las estadísticas son impactantes y altísimas. Cuanto antes comienza el consumo antes es el riesgo cerebral. Las drogas son muy nocivas para este cableado cerebral. Este es un problema mundial.

Cuando los chicos se fuman un porro se libera entre diez y doce veces más de dopamina que en las recompensas naturales.

Frente a esta gran liberación de dopamina el cerebro cierra las captaciones de dopamina buscando un equilibrio, y libera la menor dopamina posible. Y esto hace que los adolescentes que consumen droga necesiten de vuelta volver a consumir para liberar dopamina y sentirse reconfortantes. Y el consumo produce además un síndrome amotivacional, si no están consumiendo están con anedonia, falta de energía y de motivación, que los afecta en todos los ámbitos de su vida. Cuando uno mira la imagen de un cerebro saludable puede observar la activación normal. En cambio, al mirar una imagen de un cerebro que consume drogas uno ve la imagen con poca dopamina, porque el cerebro solo la baja para buscar un equilibrio. Y al terminar de consumir no tienen dopamina, se sienten sin motivación y lo único que les interesa es volver a juntarse con los amigos para volver a consumir, y así comienza el círculo. 

ALCOHOL: es una de las drogas legales a partir de los 18 años más consumidas del mundo. En las mujeres se considera consumo excesivo cuando alcanza cuatro bebidas o más, y en los hombres cinco bebidas o más. Y estos números ya producen un cambio importante en el cerebro. Las fallas son enormes en las personas que toman alcohol: en atención, en la velocidad de procesamiento, en las habilidades de la memoria, las funciones ejecutivas. El cerebro hipo funciona. El alcohol afecta el cerebro, pero uno puede recuperarse después de haberlo dejado.

MARIHUANA: es la droga ilícita (en nuestro país) más usada en todos los países del mundo. A los chicos hay que explicarles que la marihuana sí hace un daño enorme en nuestro cerebro, mucho más profundo que el del alcohol y el del cigarrillo. Todas las funciones que se relacionan con las aéreas del cerebro donde están ubicados los receptores que reciben esa droga se ven afectadas. Los chicos que consumen marihuana, además en general, ya consumieron alcohol y el combo es muy frecuente (con lo cual tienen muchos más accidentes de tránsito).

La marihuana es liposoluble, se instala en las áreas más grasas de nuestro cerebro, y en los órganos sexuales (con el consecuente problema de disfunción sexual), y es difícil de sacar.

Es diferente al alcohol que es soluble en agua, con lo cual si uno transpira, o toma agua y va al baño resuelve más rápidamente la desintoxicación. 

Tanto la marihuana como el alcohol afectan la escolarización. Favorecen además las patologías psiquiátricas. A veces probando drogas nuevas o pastillas se producen brotes psicóticos. Ambos son la puerta de entrada a drogas más duras. 

¿ACTITUD ADOLESCENTE O ENFERMEDAD PSIQUIÁTRICA?

Las enfermedades psiquiátricas durante la adolescencia tienen un pico. Y eso es algo que nos preocupa a los padres, porque es bastante frecuente que no sepamos determinar si esos humores cíclicos tienen que ver con la adolescencia, y pensamos que ya va a pasar, o si tienen que ver con el despertar de una enfermedad psiquiátrica y debemos consultar con un especialista. 

Hay tres puntos que los padres debemos considerar: 

– La duración del episodio: ver cuánto tiempo dura ese síntoma (ansioso, depresivo, irritable). Más de dos semanas de un síntoma, por ejemplo encerrado e irritado, es una señal de alerta. Si sucede cada tanto no pasa nada, hay que observar si se sostiene en el tiempo. 

– La gravedad y el impacto del síntoma: ver cuánto le afecta en su quehacer cotidiano. Cuánto impacta en su vida cotidiana. Si la depresión o el cambio de humor impacta en que no quiere ir más al colegio ni bajar a comer, o ver a sus amigos, hay que consultar. El impacto es el punto más importante. 

Si bien es normal que por lo general los adolescentes estén más estresados que el resto, los desórdenes más frecuentes -esos que les impiden llevar una vida normal y que hay que observar- son fobias, ansiedad, trastorno obsesivo-compulsivo, estrés post traumático, déficit de atención con hiperactividad, trastornos de ánimos, depresión, bipoloraidad, trastornos alimentarios, trastornos conductuales.

Depresión y ansiedad son los dos desórdenes que deben ponernos en alerta, ya que no es frecuente que pidan ayuda al no comunicarse fluidamente con sus padres (entre un 10 y un 15% tienen trastornos psiquiátricos).

Padres, docentes y profesionales de la salud debemos estar atentos, los problemas se resuelven si están consultados a tiempo. 

EL APRENDIZAJE EN LA ADOLESCENCIA

Los adolescentes quieren una educación que tenga un sentido. No les importan los contenidos aprendidos de memoria, para ellos no tienen sentido, los googlean. El desafío de la educación actual es encontrarle un sentido a eso que aprenden los chicos. A ellos les interesa la ecología, el medio ambiente, la intercomunicación, la tecnología, la conciencia de nación, la Argentina en función del resto de los países, como serán las ciencias del futuro, el espacio, la meteorología, la relación interpersonal. En Estados Unidos, por ejemplo en el MIT, se están dedicando exclusivamente a estudiar cómo debemos hacer para que la educación sea más interesante para nuestros adolescentes.

Hoy se sabe que hay que entrenar a los chicos en las habilidades cognitivas, pero también en las interpersonales: cómo llevarme bien con la gente, porque ya no trabajamos más solos, el mundo está interconectado y ya nadie funciona en soledad. A esto se suman también las habilidades intrapersonales, como la meta cognición, cómo me veo a mí mismo, en qué soy bueno y en qué no tanto. Por lo tanto, debemos combinar los conocimientos con este entrenamiento de habilidades personales.

El desafío está en ver cómo logramos desde el sistema educativo encontrar un sentido a los contenidos de la currícula para que los chicos los aprendan.

La educación debería combinarse con la ciencia del cerebro adolescente para encontrar esos formatos que tengan más sentido para los chicos. 

APRENDIZAJES CEREBRO AMIGABLES

Aquí Tere cita a Thomas Armstrong, Director Ejecutivo del Instituto Americano para el Aprendizaje y el Desarrollo Humano, quien sostiene que deberíamos encontrar una forma para que los aprendizajes sean “cerebro amigables” y que ayuden a este cableado cerebral de los adolescentes. Y habla de la necesidad de que los chicos tengan oportunidades para elegir, que tengan conexiones entre pares, que trabajen en grupo, que en la currícula se incluya el aprendizaje emocional y corporal, el mindfullnes (que es auto regulador), que la actividad física esté presente todos los días y metidos en las clases (si los chicos aprendieran matemática haciendo ejercicio físico liberarían endorfina y otras cuestiones cerebrales que hace que el aprendizaje se fije). Y agrega que el arte también atraviesa los aprendizajes.

Los chicos piden experiencias en el mundo real, no sólo aprender y estudiar en el colegio, sino salir del mundo escolar a la vida en el proceso de aprendizaje. El objetivo último en el que coinciden todos los educadores es conseguir jóvenes socialmente competentes, físicamente saludables e involucrados cívicamente con interés genuino. Y concluye que está buenísimo darles herramientas porque, como son pura emoción, se involucran naturalmente. 

SERÁ UNA BUENA ADOLESCENCIA

“No es tan fácil ser padre hoy”, empieza a concluir Tere. “Existe una ciencia respecto de ser padre, sólo por eso decidí escribir al respecto”. Y agrega que lo cierto es que uno está todo el tiempo discutiendo con los chicos y esto tiene un impacto directo sobre nuestro ánimo como padres. Y entonces pasan dos cosas muy importantes. Primero, cuando los chicos son adolescentes nosotros estamos en general con la crisis de la mitad de la vida (con lo cual ya nos están pasando cosas como padres y estamos tratando de ver qué queremos hacer). En general, estamos en un estrés laboral, en el pico de laboral de nuestra carrera, con falta de seguridad propia y conflictos en el matrimonio. Y esto hace que más de un tercio de los padres de adolescentes también tengan síntomas de depresión. 

Los padres no estamos fuertes ni sólidos, y está bueno que lo reconozcamos y aceptemos que es así.

La ciencia de la buena paternidad da algunos consejos que Tere trae a colación, “especialmente porque hay evidencia de que esto sirve”, remata. En primer lugar es importante asegurarse de tener intereses genuinos, hacer cosas, trabajar, hobbies porque nuestros hijos no nos mirarán durante un largo rato, con lo cual podemos aburrirnos. En segundo lugar, hacer un esfuerzo por cambiar los esquemas mentales y pensar que esta adolescencia será muy buena porque tomaremos el toro por las astas. Tercero, no desengancharse de los hijos emocionalmente, ni tirar la toalla, ni decir que ya no podemos involucrarnos más. Por el contrario, es importante estar siempre conectado, más allá de que estemos enojados. No tomar nada de manera personal, porque en realidad nada tiene que ver con nosotros, sino con todo este cambio del que venimos hablando, de este desequilibrio que existe. Que ellos sepan que si en algún momento necesitan una mano, nosotros vamos a estar. No tener miedo de discutir esto con amigos, profesionales, o con la pareja, porque nos pasa a todos. 

La “ciencia de la buena crianza” existe y tiene muchos años. Lo que hoy se sabe es que los padres más competentes son aquellos que son muy amorosos y muy cariñoso, pero a la vez muy exigentes. No sirve el autoritarismo, ni la laxitud, busquemos un término medio. Sirve dar todo el cariño que uno puede, pero con límites.

Combinar amor y confianza, con límites. Equilibrio entre control e independencia.

No hay que dejarlos solos porque son chicos y están con poca auto regulación, pero tampoco estar encima. Ser firmes y justos, y ser claros en qué sucede cuando se rompen las reglas. “No quiere decir que esto salga siempre, pero está buenísimo tenerlo claro”. Las excepciones funcionan, pero la regla es más importante. Y aceptar a nuestro hijo como persona única, y encontrar la individualidad real de cada uno de nuestros hijos. 

Y Tere agrega que siempre es bueno no bajar línea con el dedo acusador, sino transmitirles mensajes tipo “yo me siento frustrado, yo me siento enojado, lo que a mí me pasa cuando vos haces esto es tal cosa”. Esta fórmula funciona, porque clarifica y porque explica. Y también es importante cómo escuchamos, sobre todo porque hablan poco, pero cuando lo hablan dicen mucho.

Entonces que esa escucha sea activa y reflexiva, dejemos de lado lo que estamos haciendo y escuchémoslos.

Activa porque realmente debemos tratar de dejar de pensar en otra cosa y conectarnos con ellos, y reflexiva porque a lo que ellos dicen nosotros lo volvemos a decir. En este proceso, eso que ellos mismos dijeron, lo vuelven a escuchar de nosotros y esa escucha hace que su cerebro lo vuelva a recibir por otra vía. “Usemos esta escucha reflexiva cada tanto y no siempre, porque podemos cansarlos”, se ríe Tere. Usémoslo cada tanto.

LA FAMILIA

A todo esto se suma el hecho de que hoy cambió el sistema familiar: familias desmembradas, redes sociales, padres y madres solteras. Todo este contorno pareciera estar minando la familia. Sin embargo, hoy se sabe que la familia es la principal responsable de que el cerebro de nuestros adolescentes cablee mejor.

La familia sigue siendo la mayor influencia sobre cómo son nuestros hijos, con lo cual la responsabilidad no cae ni en el colegio ni en los amigos, sino en nosotros.

Sepamos que es mejor hablar, aunque parezca que no nos escuchan. En general y aunque no lo demuestren, los chicos valoran enormemente lo que decimos, y en general están de acuerdo (aunque su cara diga lo contrario, sobre todo si están con amigos) y tienen los mismos valores. Si por un tiempo parecen desaparecer esos valores, luego de un tiempo vuelven a aparecer. Y, finalizando la charla, Tere vuelve a sostener y repetir que ella considera que la familia tiene un gran valor en la formación de nuestros hijos. 

Y para concluir, y resumiendo, concluye que su objetivo final es que quienes la escuchamos atentamente durante más de una hora nos llevemos el siguiente mensaje:

1- Tenemos dos momentos en la vida de nuestros hijos para generar cambios reales en el cerebro, son los dos períodos de plasticidad cerebral del desarrollo. Uno es de cero a tres años, y el otro es de doce a veinticinco años. Lo que hablamos en la adolescencia será mucho mejor captado y capitalizado por el cerebro de nuestros hijos que lo que hablemos a los treinta. Por lo tanto, aprovechemos este período para generar todas las experiencias que podamos. 

2- Si pudiéramos (lo que no quiere decir que sea fácil), lo ideal sería criar desde chicos hijos con más autocontrol. Hay que intentar instaurar todo el tiempo en nuestros chicos la idea de cuál sería el beneficio de esperar. E ir contra la gratificación inmediata, preguntando cuál sería la consecuencia más tardía. Entrenar también en nosotros la no gratificación inmediata, en un mundo de inmediatez absoluta.

3- Necesitamos una transformación en los colegios secundarios y en las universidades. Los chicos se aburren, necesitamos ahondar en las tareas de auto regulación, la perseverancia, el ejercicio físico.

4- Cambiar el preconcepto y empezar a considerar a la adolescencia como un período de oportunidades, más allá de los riesgos. 

5- Si entendemos los cambios internos y la composición física del cerebro por lo menos comprenderemos mejor y los podremos acompañar, generando dentro de lo posible todas esas experiencias para que este cableado ocurra de la mejor manera posible.

¿Querés ver la charla completa? Te la compartimos acá.

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